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Serie: ‘Navegar en tiempos de crisis’

Segunda de cuatro entregas

CHICAGO – Era noche cerrada y llovía a cántaros, pero ni las condiciones climatológicas ni el miedo a confiar su destino a un desconocido les iba a impedir alcanzar el sueño de una vida mejor. Isabel Rodríguez era la más joven del grupo -19 años- y quizá fue esa mezcla de ímpetu y la inconsciencia propia de su edad lo que la llevó a convencer a sus tres acompañantes a cruzar la frontera.

Rodríguez nació en una pequeña granja de La Manzanilla, al sur de Jalisco, y era la novena de 11 hermanos. Sus primeros recuerdos se remontan a la niñez, cuando toda la familia se reunía delante de una hoguera para cenar frijoles y chiles. Al terminar, entraban en casa y jugaban a la lotería, un juego de mesa mexicano. No tenían televisión. Cuando daban las 7 u 8 de la noche se iban a dormir, no por cansancio sino por aburrimiento. “Dormíamos temprano porque no teníamos distracciones”, recuerda Rodríguez.

Un día se hastió del campo y decidió seguir los pasos de su hermano mayor, el primero en abrir senda hacia Estados Unidos. Pidió dinero a su “abuelito” y compró un pasaje a Tijuana. “Veía el boleto y se me hacía algo grande, como si ese boleto me dijera que era otra vida”, cuenta como si aún tuviese el boleto entre sus manos. Nunca olvidará las palabras que le dijo su abuelo Soterró Cepeda -a quien siempre consideró un padre- el día que partió: “Creo que esta va a ser la última vez que nos veamos porque ya no me queda mucho tiempo”. Rodríguez estaba tan emocionada los días previos que no se detuvo a pensar en eso. “Me senté y ya no quería salir, pero él me dijo que tenía que caminar, que tenía que hacerlo. Me volteé y le pregunté si me quería. Me dijo: Mucho”. Nunca más volvió a verle.

Como predijo el conductor del vehículo -una minivan roja- atravesaron la frontera sin problemas. La lluvia pareciera relajar la vigilancia de los agentes de aduanas como si el futuro, si llueve, pudiese esperar. El primer recuerdo que tiene Rodríguez de Estados Unidos es culinario: “Paramos en un McDonald’s de San Diego y nos compró una hamburguesa que sabía horrible. No tenía textura, y el refresco parecía tierra podrida”, describe con una mueca de asco. Los sabores y olores del campo eran otros.

Ninguno de los cuatro migrantes hablaba inglés, pero consiguieron que alguien les escribiera en un “papelito” la dirección. Así fue como unos familiares de Rodríguez que vivían en Los Angeles pudieron encontrarlos.

Destino: Chicago

Un mes después, el 12 de marzo de 1995, Isabel aterrizó, embarazada de gemelos, en Chicago. “Llegué con una blusa muy suelta y me encontré con muchísimo frío. No sabía por qué caía eso blanco”. Se instaló en casa de sus hermanos, en Des Plaines, y al cabo de unos meses nacieron Carlos y Luis.

La convivencia durante esos primeros años no fue sencilla: Antes de cumplir los 3 años sus hijos fueron diagnosticados con trastorno del espectro autista. Así comenzó su nueva vida, una muy distinta a la que soñaba por las noches en La Manzanilla. Se mudó primero a un sótano, después a una caravana y, finalmente, a una casa en Noble Square, con el padre de David, su tercer hijo.

Carlos y Luis comenzaron a asistir a terapia gracias a la ayuda del estado. Rodríguez descubrió Erie House paseando por el barrio. Es una organización sin ánimo de lucro que ayuda a unos 5,000 niños y adultos con pocos recursos, principalmente latinos, mediante programas educativos. “Al principio decían que no aceptaban a niños con necesidades especiales, pero me dijeron que los llevara. Recuerdo que dos de los profesores me preguntaba cómo podían ayudar a mis hijos y yo se lo decía. Eran dos personas increíbles”, reconoce agradecida.

Mientras sus hijos asistían a clase, Rodríguez comenzó a aprender inglés en el mismo centro. “Las clases eran muy importantes. A veces yo iba a lugares y me decían que no tenían terapistas que hablasen en español, o traductores para mis hijos. Recibía cartas y me preocupaba porque no sabía qué decían”. Todavía no domina el idioma pero no ceja en el empeño. “A veces me lo tienen que repetir, pero no pasa nada. Es una frustración horrible cuando no entiendo algo, cuando me pierdo una conversación. No me gusta nada sentirme así. Y para el trabajo es indispensable saber el idioma”.

Hace un año, Rodríguez comenzó a asistir, junto a otros 14 alumnos, a clases de preparación para el examen de ciudadanía. “Tener el examen era como un sueño inimaginable. Cuando juramenté, ¡quería abrazar a la jueza!”, recuerda emocionada mientras enseña la foto de ambas sujetando el certificado que la acredita como ciudadana estadounidense.

Sin embargo, obtener la ciudadanía es más complicado desde el verano pasado para algunos inmigrantes. El bloqueo presupuestario del estado ha congelado los fondos destinados a organizaciones como Erie House. El Immigration Service Line Item, con un presupuesto de $67 millones, se ha suspendido, con lo que las organizaciones que dependen de estos fondos no pueden ofrecer asistencia y formación en cuestiones como servicios sociales, idiomas o ciudadanía. Sólo Erie House ha perdido desde julio una aportación pública de entre $500,000 y $700,000 y se ha visto obligada a despedir a 12 de sus 150 trabajadores. Este año fiscal, alrededor de 500 personas no podrán asistir a sus programas de residencia, naturalización o asistencia a víctimas. Además, las clases en español se han suspendido por falta de fondos.

Para Jane Lombardi, coordinadora de los programas de Inmigración y Ciudadanía, esto entierra la posibilidad de que muchos de ellos aprueben el examen. “Obtener la ciudadanía es un momento importantísimo para ellos. Significa seguridad. Como ciudadanos, no podrán ser deportados y se les permite reunificarse con sus familias, viajar, votar. Con la ciudadanía lograrán mejores trabajos, tendrán salarios más altos. A largo plazo esta situación va a ser demoledora para la comunidad inmigrante”, sentencia. Afortunadamente para Rodríguez ya no tendrá que pasar por ese trance. El 21 de marzo aprobó su examen poniendo fin al viaje de dos décadas que inició en una pequeña granja al sur de Jalisco, donde estuvo a punto de echarse atrás cuando su abuelo le dijo que le quería.

¿Sin plan de gastos?

Y es que después de que Pennsylvania pusiera fin el mes pasado al bloqueo presupuestario en el que estaba sumido, Illinois es el último estado del país que carece de un plan de gastos para el año fiscal 2015-2016. Han pasado diez meses desde que se superara el plazo previsto para alcanzar un consenso, y las negociaciones en torno a este asunto siguen estancadas. El gobernador republicano, Bruce Rauner, pretende que el acuerdo incluya un paquete de reformas, que él considera “estructurales”, para, a la vez, contener el gasto e incrementar los ingresos. Este paquete incluye incentivos para empresas y cambios que afectarían a la negociación colectiva, ambos asuntos sobre los que los demócratas, que controlan el legislativo, no quieren ni oír hablar.

La portavoz del gobernador, Catherine Kelly, indicó a diario Hoy que Illinois encara un déficit presupuestal de $6 mil millones debido a años de gastos excesivos de la legislatura estatal y “sin una reforma estructural, se deben tomar decisiones difíciles. El gobernador Rauner no creó la crisis, y está comprometido a resolver la crisis fiscal para el beneficio de los contribuyentes y no de la clase política”.

En tierra hostil

El bloqueo presupuestario ha afectado tanto a los programas para adultos de Erie Neighborhood House como a las clases extraescolares. Un tercio de los fondos dedicados a actividades para jóvenes procede del estado, con lo que, según apuntan desde esta organización, un tercio de estos jóvenes deberán marcharse. “Eso significa que hay 30 niños menos que tienen garantizado graduarse -Erie House tiene una tasa de graduación del 100%- y 30 niños más que están en la calle, donde pueden recibir un disparo o disparar contra alguien, donde pueden sufrir un atraco o asaltar a alguien”. Joshua Fulcher sabe muy bien de lo que habla. Es el responsable del programa Opciones Ilimitadas para la Juventud (YOU), que proporciona apoyo académico a jóvenes de entre 12 y 18 años; jóvenes como Aarón Luis Rivera, vecino de 17 años de Humboldt Park.

La violencia callejera en Chicago ha dejado de tratarse como un hecho excepcional. “Pese a que mi barrio ha cambiado mucho, hace un mes una persona disparó desde un coche en marcha mientras mi madre y yo entrábamos a casa. Cuando era pequeño no me dejaba salir porque siempre ha habido muchas pandillas. Se podían oír los disparos en mitad de la noche. Me da pena que siempre se hable de mi barrio de manera negativa”, explica Aarón.

Según Fulcher, “en esta ciudad si no vas buscando problemas, los problemas te encuentran a ti, y la mayoría de los casos se produce a manos de jóvenes que han abandonado el colegio”. Aarón conoció a uno de esos jóvenes, un amigo del UIC College Prep: “Me da mucha pena, porque abandonó sus estudios pese a ser listo, mucho más de lo que él pensaba. Ahora todas sus fotos en Facebook están relacionadas con pandillas”.

La disputa política acerca del presupuesto parte de una posición “miope” y “cortoplacista”, según Fulcher. Erie House recibe $109,000 por cada cien alumnos. Todos ellos se gradúan. Si cancelan estos programas, advierte, la mayoría de ellos podría acabar en la calle o muy probablemente tras las rejas, lo que le costaría al estado unos $80,000 anuales. “No entienden que gastándose un poco más van a tener a un ciudadano productivo, que paga sus impuestos, y que devuelve a la sociedad mucho más de lo que han invertido en ellos”, el tipo de ciudadano que aspira a ser Aarón.

El año que viene estudiará en la universidad para ser ingeniero de estructuras. En sus ratos libres colaborará con Erie House para devolver todo lo que han hecho por él. En su mente siempre estará su barrio. Espera que algún día pueda dejar atrás la violencia, y que todo el mundo hable de su animada vida cultural y de esos espacios verdes que él no pudo disfrutar.

Próximo viernes:

En la tercera entrega de esta serie hablaremos de la importancia que tiene para la comunidad los programas de asistencia a mujeres que han sufrido de violencia sexual.