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“¡Esa es lucha libre y no chin…!”, gritó un espectador al presenciar la lucha estelar de El Hijo del Santo y Blue Demon Jr., el pasado 19 de mayo en el en el Congress Theater.Su expresión no era exagerada. Antes de la lucha de los grandes herederos y figuras clave de la lucha libre mexicana, el encuentro de luchadores locales fue más bien circo y maroma.Nada comparado con el combate entre El Hijo del Santo y Blue Demon Jr. Qué llaves, qué técnica, qué lucha aérea. Su trayectoria los avala, los confirma y los sitúa como verdaderas figuras del deporta.El Hijo del Santo hizo mancuerna con Sin Límite y Blue Demon Jr. e Imagen Nocturna representaron al bando de los rudos.La primera caída la ganaron los técnicos, la segunda, los rudos y luego de una “santa madrina” que siguió a una corretiza de BlueDemon Jr. a El Hijo del Santo fuera del ring y cerca de los espectadores de un Congress Theater con más de 3 mil asistentes, este encuentro lo ganaron los técnicos.La lucha enciende los ánimos, juega con las emociones del público, crea bandos. O se es rudo o se es técnico. La lucha es deporte y entretenimiento, practicarla debe hacerse como cualquier profesión, con respeto, responsabilidad y preparación.Un luchador, es un poco como un actor, que al subir a su escenario -el ring- debe olvidarse de los males que lo aquejan, de los dolores, porque está para entregarse al público, para entretenerlo.Esos dolores quedan detrás de la máscara, la misma que guarda una identidad. Llevarla es un ritual, permite crear un álter ego.Algunas culturas se cree que una máscara le permite a su portador tomar cualidades de la representación de la misma.Pero en este caso, ni Santo es un santo ni Blue Demon un demonio. En el ring pueden jugar a que son la representación del bien contra el mal, pero debajo de él, sin la máscara, son dos simples mortales que dejan el cansacio y las penas para enfrentarse.Hace falta verlos más, de otra manera. No como rivales, sino como complemento, como figuras históricas, como leyendas.