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En 2005 el beisbolista Mark McGwire se paró frente al Congreso de los Estados Unidos, que lo acusaba de utilizar esteroides, y dijo: “No estoy aquí para hablar del pasado”. Lo cual es irónico porque uno suele presentarse ante un jurado para enfrentar cargos ocurridos en un pasado, no en el futuro.

La actitud de McGwire era lógica. Su pasado incluía el uso de sustancias prohibidas que le permitieron quebrar varios records y, sobre todo, obtener ganancias de $74 millones a lo largo de su carrera.

Y allí está el punto: a muchos les retiran records, títulos y hasta su condición de deportistas honestos. Pero los dólares conseguidos a través de prácticas inescrupulosas se mantienen en las mismas cuentas bancarias.

El tema del momento involucra al ciclista

Lance Armstrong

, quien después de ganar siete Tours de Francia y negar durante años el consumo de sustancias prohibidas, decidió no apelar recientemente los cargos de la USADA, la agencia antidopaje de Estados Unidos, que lo suspendió de por vida y le quitó sus títulos. Claro que nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario pero este caso la evidencia invita a pensar que Armstrong no es inocente.

¿Por qué no luchar para demostrar la inocencia? Quizás porque las confesiones de varios ex compañeros de equipo US Postal Service de Armstrong, que confirmaron que eran utilizados como “conejillos de Indias” y que los medicamentos llegaban al cuerpo de Armstrong a través de pasadizos secretos en las montañas francesas, parecen pruebas contundentes.

Eso de hacer trampas para alcanzar el éxito deportivo no es nuevo e incluye cientos de historias, incluso a nivel olímpico, que a veces resultan cómicas.

La polaca Stanislawa Walasiewizowna fue ganadora de medallas olímpicas en 1932 y 1936, y una autopsia realizada tras su muerte en 1980 reveló que no era polaca sino polaco. El americano Fred Lorz ganó la maratón olímpica de 1904 en Saint Louis tras recorrer 11 millas en un vehículo. El mexicano Roberto Madrazo perfeccionó la estrategia de Lorz y ganó el maratón de Berlin en 2007 después de saltearse varios puestos de control y -supuestamente- cubrir nueve millas en 21 minutos, algo imposible para un ser humano.

En el caso de los deportistas olímpicos y el de Madrazo, las sanciones han sido morales, no económicas. Y en el caso de Armstrong y muchos otros también. El ciclista americano ya ha perdido cierta credibilidad deportiva pero sus millones están bien guardados en su cuenta bancaria.

Lo mismo ocurrirá con otros tramposos como el propio Sammy Sosa, quien después de retirarse ha continuado con una vida llena de lujos e incluso se ha dado el lujo de cambiarse de color -en un intento de imitar a Michael Jackson-, tal como lo demuestran sus últimas fotos.

Con ciertos casos uno no sabe si denunciar la incapacidad moral de los deportistas o reírse a carcajadas. El caso de Armstrong es el mejor ejemplo. El médico español que le suministraba las famosas sustancias era nada menos que el Dr. Luis García Del Moral.