Skip to content
El referí separa al receptor de los NY Giants, Odell Beckham (13) y a Josh Norman, de los Carolina Panthers, durante una trifulca el pasado 20 de diciembre. AP
Julie Jacobson / AP
El referí separa al receptor de los NY Giants, Odell Beckham (13) y a Josh Norman, de los Carolina Panthers, durante una trifulca el pasado 20 de diciembre. AP
Author
PUBLISHED: | UPDATED:

CHICAGO –

Hace unos días el receptor de los Gigantes de Nueva York, el talentoso Odell Beckham Jr. se enfrascó en una pelea callejera con un par de defensivos de Carolina.

A Josh Norman, le dio un par de golpes y le jaló la máscara. A otro defensivo le dio un gancho al cuello y a ambos los insultó y les dijo que se iban a morir todas sus familias. En fin, no fue la actuación que queremos ver cuando llevamos a nuestros hijos al estadio. Los Gigantes iban abajo 35-7, lograron empatar a las Panteras, pero estos reaccionaron con un gol de campo cuando el tiempo se terminaba para ganar 38-35.

Este tipo de reacciones no son raras: de vez en cuando la pasión nos gana y nos hace pasar vergüenzas frente a nuestros semejantes. A veces esto nos puede pasar en el peor de los momentos: recordemos a Zinedine Zidane, el astro francés que ganó con el Real Madrid todos los títulos en disputa y que en 1998 llevó a su país a la gloria al ganar la copa mundial en su propio territorio. Pero en 2006, cuando la final se jugaba contra Italia y Enzo Materazzi lo provocó, a Zinedine se le salió el diablo y le respondió con un certero cabezazo al pecho.

Su expulsión inmediata y fue su despedida del futbol, un adiós patético para este gran jugador. Italia acabó ganando aquella final en penaltis. No nos sorprenda ver al francés dirigiendo a los merengues algún día.

Enojarse con mesura, en tiempo y forma tampoco está prohibido en nuestra sociedad. Hace un par de semanas vimos al ‘Chicharito’ Hernández enojarse con Karim Bellabari, su propio compañero de equipo de Bayer Leverkusen. La escena no fue fácil de digerir para los espectadores, pero en retrospectiva, el mexicano demostró que se juega el corazón en cada partido – éste en especial representaba para las aspirinas ganarle al Barcelona y pasar a la siguiente fase de la Champions.

En su libro “Predeciblemente irracional”, el autor Dan Ariely nos asegura que quizá no existe tal cosa como un “humano integrado totalmente”. Añade que quizá somos más bien “…la suma de múltiples yo”. Es decir, no es justificación, pero de vez en cuando el diablo se nos sale, sobre todo cuando la pasión está de por medio.

Así que, cuando escuchamos a Miguel Herrera, el otrora director técnico de la Selección de futbol mexicana disculparse ante la gente por haber golpeado en repetidas ocasiones a un comentarista en un aeropuerto y decir “me ganó la calentura”. O al jugador del América Rubens Sambueza justificarse porque le da un cabezazo al árbitro, no nos están mintiendo: es el calor del momento.

Pero tenemos que saber de antemano que a toda mala acción hay una consecuencia. A esos niveles uno debe saber que las consecuencias pueden ser terribles.

O como dice la segunda ley de Newton: “a toda acción, corresponde una reacción igual y contraria”.