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Una visita al estudio de Marcos Raya es entrar a un submundo del arte, de la vida pero a la vez, al mundo y universo que hay en la mente del pintor.

Entre objetos, obras de todo tipo y detalles que resultan curiosos y que pueden ser un deleite a los sentidos, la mente comienza a trabajar y plantear preguntas.

No es uno de esos artistas que se sienten de otro nivel y rechazan a la “prole”, por la sencilla razón que él es parte del tan menospreciado por algunos sector de la clase obrera y trabajadora, aunque no se ató al estilo de vida del mismo.

Raya creció en el proletariado. Lo tomó como referencia, lo hace partícipe de su arte. Raya descubrió desde muy temprana edad, en su natal Irapuato, Guanajuato (México), que sería artista.

Nació el 25 de abril de 1948 en esa ciudad, conocida como “la capital mundial de las fresas”, y que tiene todos los contrastes de las ciudades provincianas, donde ir a misa los domingos es de ley pero también ir a las cantinas, contrastes que pronto fueron detectados por Raya.

Estaba ya en sus venas como su origen chichimeca -pueblo del México precolombino que se distinguían por ser nómadas, bélicos y los únicos que no pudieron ser dominados por los españoles- y por su padre, José, músico, bohemio y artista que se dedicaría al arte.

Un viaje escolar al Museo de la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato capital, cambió su vida. Ver los murales de otro artista guanajuatense, José Chávez Morado -“La abolición de la esclavitud”- lo inspiraron a crear

“Desde niño era un poco rebelde. Se me hacía raro cómo el padrecito estaba bañadito, y la mayoría de la gente estaba mugrosa. No entendía eso”, comparte.

Los ‘años de perro’ en Pilsen

En su vida, hubo tres choques culturales que lo marcaron. Primero fue mudarse de Irapuato a la Ciudad de México, luego venir a Chicago y después estudiar en Massachusetts, “encontronazos” que se aprecian en su obra, donde rinde tributo principalmente a esos golpes culturales, a los personajes del barrio de Pilsen porque Raya en sí, es uno de ellos.

Y vive en el barrio con sus demonios. Él con su ángel y su diablo a cada lado. Sus obras son producto de un movimiento interno. De paisajes y personajes cotidianos. Tan surrealista y tan real como él.

Algunas de sus obras son catarsis o le sirvieron para “curar las crudas” de sus borracheras que casi lo llevan a la muerte, de cuando se emborrachaba en los callejones del barrio con los personajes que define como “lumpen bohemios”, que no eran otra cosa que los teporochos del barrio a los que llamó “los hijos de la mala vida” (y que la disfrutaban) y que inmortalizó en el cuadro que pintó en 1995 y donde se pintó a sí mismo como un perro.

El cuadro fue premonitorio. Conforme los iba pintando en el cuadro, se fueron muriendo. Se iba a pintar él en el cuadro, pero al darse cuenta de eso, le dio desconfianza y, en su lugar, pintó un perro callejero que deambulaba por su estudio. A los pocos días de que pintó al perro, éste fue atropellado. (Anécdota digna de leyenda).

Raya en el arte

¿Por qué Marcos Raya no tiene el reconocimiento que otros pintores mexicanos? ¿Porque se niega a repetir en su obra hasta el cansancio clichés de la cultura mexicana pero a la vez, no niega “la cruz de su parroquia” y mantiene su mexicanidad?

Raya optó por no hacer referencia al paisaje mexicanista y folclórico que se ha repetido hasta el cansancio por otros, que dibujan “monitos” autóctonos con referencias prehispánicas o revolucionarias.

De incluirlo, lo hace como una crítica que deriva en su corriente “raskuache” como buen forastero de las ideas “convencionales” en la vida y en el arte. No le interesa pretender que forma parte de una élite artística del barrio. Él es artista.

Desde su primer mural “Homenaje a Diego Rivera” (1972), que pintó en la calle 18 y Mayne -que ya no existe- y que marcó el inicio del verdadero movimiento muralista en Chicago, con los preceptos del movimiento muralista mexicano que eran educar, unir y proyectar la situación política y social del momento, Raya supo que si hacía arte no era para agradar a otros, o hacerlo por encargo y a gusto de alguien más.

Marcos es su propia isla, su propia creación nacida de la tremenda virtud que le da ser libre desde que decidió que quería ser artista.

No podía ser de otra forma. Pero la libertad siempre tiene precio. Su libertad creativa la ha pagado con creces y dolores.

Aún así, Raya no quiere dar pasos de cangrejo ni en su arte ni en su persona.

No le interesa hacer arte de manera “mecánica”. El día que sienta que ya no le emociona pintar o crear, que no puede usar su arte para comunicar, politizar o incluso burlarse de lo establecido, ese día habrá muerto.

Pero “los años de perro” ya son cosa del pasado. Ya los sufrió y hoy puede vivir su aquí y ahora en el arte. Progresa con el barrio, prefiere el Pilsen de ahora aunque esté americanizado, porque siente que estos aprecian su arte.

Y para muestra, que ahora el nuevo propietario de la taverna Harbee Liquors lo haya invitado a tener en su negocio su exhibición en solitario, “Raya in Pilsen: The Lumpen Years 1970-1990”, donde muestra las obras que marcaron sus años de “perro” en el barrio.

Porque Marcos es eso en Pilsen. Una raya en el barrio que marca un antes y después de su obra.

Raya in Pilsen: The Lumpen Years 1970-1990

Cuándo: Apertura, 29 de septiembre, de 6 p.m. a 2 a.m.

Dónde: Harbee Liquors and Tavern, 1345 W. 18th St.

Información: 312.733.0333