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CHICAGO– Este 2 de julio salió a la venta “Inquebrantable”, la autobiografía oficial de Jenni Rivera, “la diva de la banda”.

Rivera falleció el pasado 9 de diciembre en un accidente aéreo. Hoy, sería su cumpleaños 44, su familia y la casa editorial hicieron el lanzamiento oficial de “Inquebrantable”, a manera de homenaje.

Este es un extracto del capítulo 2, “Ser una Rivera”, que compartimos con los derechos concedidos por la editorial.

Ser una Rivera

Que no hay que llegar primero

Pero hay que saber llegar.

-De “El rey”

Mi padre, Pedro Rivera, vino a los Estados Unidos por primera vez en los años sesenta. Él dejó atrás a mi madre, Rosa, y a mis dos hermanos, Pilly (Pedro) y Gus (Gustavo), en Sonora, México, prometiendo volver por ellos cuando tuviera el dinero. Se dirigió a California para buscar trabajo. Se arriesgó a cruzar la frontera ilegalmente con otros tres hombres en una jornada peligrosa, arriesgando sus vidas en el intento. Cuando llegaron a San Diego, los otros hombres querían descansar, pero mi padre es una de esas personas que siempre tiene que seguir trabajando. Si hay una cosa que él no sabe hacer, es descansar.

Mi padre dejó a sus tres compañeros durmiendo bajo la sombra de un árbol y se dirigió a la gasolinera más cercana. Le preguntó al empleado de la gasolinera si sabía dónde había trabajo. El hombre le dijo que se fuera a la ciudad de Fresno, a cinco horas de camino. “¡Está bien!”, dijo mi padre. “¿Cómo llego para allá?”. El hombre le dijo que se fuera en el autobús Greyhound. El problema era que mi padre sólo tenía sesenta centavos en el bolsillo. El hombre fue muy bondadoso y le dio para su boleto de autobús y también un billete extra de 20 dólares. Hasta el día de hoy, mi padre llora cuando recuerda ese momento. Le cambió la vida.

Mi padre se fue a Fresno, donde comenzó a perseguir el sueño americano. Trabajó en el campo, en la pizca de uvas y fresas. Durante los primeros meses, vivió con unos amigos que había conocido allí. Por fin ahorró lo suficiente para alquilar un pequeño departamento y echó a andar sus planes de regresar a México por mi madre y mis hermanos.

Pero mientras estaban en México, a punto de partir a los Estados Unidos, mi madre quedó embarazada de mí. Tenía veinte años y tenía mucho miedo. Estaba a punto de venir a este nuevo país donde no hablaba el idioma, no tenía dinero y además, ya tenía dos niños pequeños. ¡Lo último que quería o necesitaba era otra boca que alimentar! Así que intentó, de cualquier manera posible, abortarme.

Se bañó en agua muy caliente. Movió el refrigerador y otros muebles pesados de un lado a otro, para ver si con el peso y el esfuerzo se le salía la criatura. Bebió tés y otros remedios caseros que sus amigas le recomendaron. Nada funcionó. Muchos años después cuando sentada en la mesa de la cocina, le confesaba a mi madre que estaba a punto de renunciar a la vida, ella me contó esta historia. Dijo que en ese entonces supo que yo era una guerrera, que siempre sería una guerrera.

Nací el 2 de julio de 1969, en el hospital de UCLA, la primera Rivera que nació en territorio estadounidense. El hospital era nuevo y tenía un programa gracias al cual sólo costaba 84 dólares parir ahí. ¡Gracias a Dios!, pues mis padres no tenían seguro de salud. Cuando era niña, mi padre siempre me decía que era la criatura más barata de la familia. Me pusieron el nombre de Dolores, como mi abuela materna. Mi segundo nombre iba ser Juana, como mi abuela paterna. Dolores Juana. ¿Te imaginas? ¡Qué nombre más horrible! Mi madre tuvo el buen sentido de decir:

-No podemos hacerle eso. ¿No hay una versión en inglés de Juana que podamos usar? O ¿qué tal el nombre de tu prima, Janney? -Por fortuna mi padre estuvo de acuerdo y fui bautizada Dolores Janney. Aún así, no es el nombre más hermoso del mundo. Nunca dejé que mis padres se olvidaran de que me habían hecho una mala jugada.

-¡Yo era una criatura! ¿Cómo se les ocurrió darle a una niña el nombre de una mujer adulta? -preguntaba yo.

Nunca usé el nombre Dolores (aunque cuando mis hermanos me querían hacer encabronar, así es como me llamaban, o Lola). De niña, siempre fui Janney o Chay.

Era una niña pelirroja de piel clara. Mis padres me dijeron que cuando me trajeron a casa mis hermanos mayores, que tenían cinco y tres años de edad, al instante se enamoraron de mí. A Pilly y Gus se les pidió que me protegieran y me cuidaran. Yo era “la reina de la casa” y “la reina de Long Beach”, como decía mi padre. Si algo malo me pasaba, mis hermanos la pagarían. Así que mis hermanos me trataban como si fuera otro varón. Como tenían que protegerme, me enseñaron a ser chingona y defenderme a mí misma.

Mis padres se las vieron bien difíciles esos primeros años. Nos trasladaron de Culver City a Carson, a Wilmington y luego a Long Beach porque seguido nos echaban a la calle. Mi madre le dijo a mi padre que no habría más hijos hasta que ella tuviera su propia casa. Entonces compraron la casita de dos habitaciones en la avenida Gale, cerca de la calle Hill en West Side Long Beach. La zona era famosa por las guerras de pandillas, pero era el primer lugar donde los Rivera finalmente tuvieron una parcela de tierra en los Estados Unidos que pudieron llamar suya. Era nuestro hogar.

Yo tenía casi dos años cuando estrenamos casa y mi madre muy rápido quedó embarazada de su cuarto hijo. Poco después recibió la noticia de que su padre se estaba muriendo en México. No podía regresar a verlo porque no había dinero y porque en su estado no se podía arriesgar a cruzar la frontera de nuevo. Uno de los dilemas de perseguir el sueño americano es que uno sacrifica la posibilidad de alguna vez volver a ver a los amigos y familiares que se quedaron atrás. En aquel entonces no me di cuenta de lo difícil que era para mi madre vivir en este nuevo país, luchando para salir adelante, con tres niños pequeños y otro en camino. Pero, ¿cómo iba yo a saber? Ella nunca nos dijo que algo andaba mal. Mantuvo la cabeza en alto y actuó como si todo estuviera bien, así que nosotros también hicimos lo mismo.

Mi madre me hacía frotarle el vientre para que fuera conociendo a la niña que estaba en camino. Ella quería darme una hermanita para que pudiéramos crecer juntas y ser amigas de toda la vida, al igual que ella y sus hermanas. ¡Sería perfecto! Dos niños y dos niñas. Pero los deseos de mi madre no se cumplieron.

From INQUEBRANTABLE: MI HISTORIA, A MI MANERA

por Jenni Rivera. Copyright (c) 2013 por Jenni Rivera Enterprises, Inc. Traduccion copyright (c) 2013 por Jenni Rivera Enterprises, Inc. Spanish language translation by Reyna Grande. Impreso con el permiso de Atria Español, a División of Simon & Schuster, Inc.