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CHICAGO – Las princesas de Disney están cambiando. Ya no son las que esperan el beso de “su amor verdadero” para salir de todos sus problemas.

Si esto quedó comprobado en “Tangled” (2013), se reafirma en “Frozen” (2013), donde los protagonistas no son una pareja de enamorados, sino un par de hermanas.

“Frozen”, con sus magníficos efectos especiales y música, se basa en el cuento de “The Snow Queen”, de Hans Christian Andersen, pero con ese toque más ligero y nada oscuro que le ha dado Disney a los cuentos del escritor danés (1805-1875).

“Frozen” nos presenta a dos hermanas: Ana (voz de Kristen Bell), una princesa optimista, nada ceremoniosa y un tanto despistada, y a su hermana mayor Elsa (voz de Idina Menzel), la reina de las nieves, que desde pequeña tiene el extraño don o maldición de convertir lo que se proponga en hielo, lo que la hace distante y fría en su trato.

Elsa no sabe controlar su poder, porque le teme. Por orden de sus padres se aleja de Anna, luego de haber tenido un percance mientras jugaban.

Las hermanas crecen distanciadas, y ni la muerte de sus padres saca a Elsa de su reclutamiento. Pero llegará el día en que tiene que ser coronada reina y es ahí, tras una afronta con Anna porque ésta se compromete con el príncipe Hans al primer día de conocerlo, que sus poderes salen de control, condenando al reino a un eterno invierno.

Elsa se aleja a las montañas y sin el temor ni la represión, hace su propio castillo de hielo. Anna, convencida de que es la única que puede salvarla, va en su búsqueda, encontrándose en el camino con Kristoff (voz de Jonathan Groff), quien se dedica a vender hielo y quien será su acompañante en la búsqueda.

Cuando Elsa condena nuevamente sin querer a Anna a una muerte lenta y helada, el líder de las criaturas del bosque -trolls- le vaticina que sólo una demostración del amor verdadero podrá salvarla.

Kristoff, sin perder tiempo, lleva a Anna donde Hans, pensando que él es su amor. Pero resulta que el príncipe tiene el corazón más helado que un témpano de hielo y, egoístamente, se niega. Anna entonces cree que Kristoff puede salvarla -se enamoraron en el proceso- pero al final, el verdadero amor que la salva es el de su hermana, Elsa, salvándose ambas de sus maldiciones y permitiendo así que el verano llegue de nueva cuenta al reino.

Elsa ya puede controlar su poder, porque ha vencido sus miedos. Y Anna ha recuperado a su hermana, y de paso, consiguió pareja.

La evolución de las princesas

Desde “Snow White” (1937) su primera película, Disney se había encargado de retratar a las mujeres como princesas, bellas, indefensas y que para salvarse de cualquier tragedia o hechizo, necesitaban de un príncipe valiente y guapo.

Ese modelo se repitió en “Cinderella” (1950),

“Sleeping Beauty” (1959),

“Little Mermaid” (1989).

La historia siempre terminaba con el final feliz de la boda o compromiso, con “el vivieron felices para siempre”.

Fue en la década de los 90 que las princesas de Disney comenzaron a cambiar. Quizá algunas ya no se casaban, pero su máximo sufrimiento o anhelo era encontrar a ese compañero ideal, a su príncipe azul.

Los cuentos de princesas o historias verídicas en que se basan los filmes de Disney, son siempre muy alejados de las versiones ligeras que hemos visto en pantalla, que no por eso dejan de disfrutarse.

En “Beauty and the Beast” (1992) , basada en un cuento europeo, se nos presenta a la protagonista como una princesa ávida de la lectura y que aspira a algo más que casarse y tener hijos, hasta que se encuentra con la Bestia -que en realidad es un príncipe- al que ella libra de su maldición con su amor.

Disney no tiene muchos filmes de princesas. Algunos de los que realizado -los primeros-, han perpetuado, para algunos, la imagen de la mujer en la sociedad. Pero, aunque de manera paulatina, se han visto algunos cambios de la manera en que abordan el tema con el paso del tiempo.

La diversidad de razas en EEUU comenzó a hacer necesaria la inclusión de princesas no con facciones europeas o anglosajonas con “Pocahontas” (1994). Basada en la vida de la hija mayor de Powhatan, jefe de la confederación algonquina en Virginia, que fuera la primera colonia que formaron los ingleses en 1584 tras su llegada a América del Norte.

En 1998 estrenaron “Mulan”, basada en la heroína china Hua Mulan, la primera princesa guerrera, que peleaba a la par de los hombres en el campo de batalla, donde de paso, encontró el amor.

En “The Princess and the Frog” (2009), conocimos a Tiana, la primera “princesa” afroamericana.

(Disney tiene pendiente su princesa-heroína “latina”, no ha saldado su deuda con los latinos con el personaje de la pequeña princesa “Sofía” de la serie animada).

Las primeras princesas de Disney no se alejan mucho de las heroínas de la telenovela rosa: Algunas son muchachas humildes a quienes la vida les cambia al conocer a su príncipe guapo y millonario. Otras, princesas que se casan con alguien de su propio linaje.

En los últimos tres años, es cuando ha surgido el planteamiento de las dos princesas que pese a su sangre real, se enamoran de plebeyos, -Rapunzel en “Tangled” (2010) y la princesa Ana de “Frozen” (2013)- y que no tienen necesidad de casarse -aunque en el caso de Rapunzel lo hizo luego en un cortometraje de Disney proyectado antes del reestreno en 3D de “Beauty and the Beast” en 2012- para ser felices.

“Frozen” tiene además ese mensaje. Que el amor verdadero no es sólo el de pareja. Puede ser el de un hermano o hermana y que no por eso es menos o más importante. Simplemente es diferente.