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CHICAGO – Como sacada de una fotografía, de un cuadro, de una pintura, como una visión de Frida Kahlo en su autorretrato “Árbol de la esperanza, mantente firme”, aparece Elena Poniatowska en la galería Arte sin Fronteras del Museo Nacional de Arte Mexicano (NMMA) para la entrevista.

Minutos antes de su homenaje-lectura en las instalaciones del NMMA el 15 de mayo, la escritora mexicana llegó ataviada con el mismo traje de tehuana que lució durante la ceremonia en el que recibió el premio Cervantes el 23 de abril en el paraninfo de la Universidad de Alcalá.

Esta presentación en Chicago fue la primera en público que hizo la escritora y periodista mexicana de origen polaco tras recibir el Cervantes.

“Me lo puse porque me dijeron que me trajera este vestido. A ver cuántos viajes aguanta”, contó Elena con la mayor sencillez y naturalidad, sentada en una banca, mientras a sus espaldas, se encuentran Emiliano Zapata, líderes del movimiento chicano y Rubén Salazar en el grabado titulado “Voz heroica”, de David Alfaro Siqueiros. Elena está en un espacio rodeado por figuras y mitos. Y ella está ahí, real.

Y con ese vestido que tiene una historia llena de significados. Fue un regalo que le hicieron las mujeres de Juchitán de Zaragoza, Oaxaca (México), en una de sus visitas.

Juchitán es la ciudad de las flores y las mujeres, de las pocas en el mundo donde el matriarcado impera. Las juchitecas, las itsmeñas, son destacadas por ser mujeres hermosas, de carácter, que lo mismo pueden llevar la economía del hogar que de la ciudad.

“Cuando me regalaron este vestido me hicieron caminar por el pueblo. Me dijeron ‘cada vez que te saques un premio, te tienes que poner este vestido’. Me conmovieron muchísimo. Les dije que sí. Lo usé cuando me dieron el premio de novela Rómulo Gallegos en Venezuela. Ahí sí que ellas me dijeron que tenía que usar flores en la cabeza, pero ahora sí que tanta flor me parece un exceso”, dice sin pretensiones.

Usar el traje de tehuana más que un amuleto, es como una coronación, una reafirmación de su mexicanidad.

“Poniatowska no se oye muy mexicano que digamos. Al tener un apellido polaco, se me hizo bonito llevar un vestido absolutamente mexicano. (En la ceremonia del Cervantes) toca la coincidencia que el vestido es los colores de (la bandera) de España, que son rojo y amarillo, también les gustó eso. Bueno, no sé si les gustó tantísimo, pero sí les gustó”, cuenta.

La elección de un modelo idéntico al de Frida en “Árbol de la esperanza”, ofrece otra apreciación. En el cuadro de Kahlo, aparecen dos Fridas: La de la izquierda, está desvalida, acaba de salir de un quirófano, está recostada en una cama de hospital. A la derecha, sentada en el filo de la cama, aparece la Frida poderosa, plena, vestida de tehuana.

El poder de Poniatowska se coronó en la ceremonia del Cervantes más allá del vestido. Fue la primera de las cuatro mujeres en recibir este premio que pudo subir al púlpito a recibirlo. Las otras tres escritoras, Ana María Matute, María Zambrano y Dulce María Loynaz, no pudieron hacerlo.

El Cervantes lo percibe como un honor enorme e inesperado, una conclusión de una vida. “Hay que pensar que tengo 82 años”, dice.

Elena, sus sueños y su realidad

Poniatowska piensa que la muerte está mucho más cerca. Se cuida de no caerse, se fija donde pone los pies. “Antes nunca lo hacía, me tengo que fijar, que no me de un chiflón porque una gripe que antes duraba tres días, ahora dura quince”, cuenta.

Hacer una retrospectiva de aquella Elena que comenzó su carrera periodística con grabadora, lápiz y cuaderno, le provoca nostalgia.

“Me da un poco de tristeza. Pienso que era una ilusa, no tenía mucha capacidad de realidad. Qué bueno que pude contar con esa Elena, porque siempre iba a trabajar. Agradezco esa persona que fui y que salió adelante a pesar de todo”.

Lo que ha hecho Poniatowska, que se hizo periodista y luego escritora en circunstancias muy diferentes a las actuales, dejan un legado.

“El mundo (para las mujeres escritoras y periodistas) va a ser más difícil que en el que yo viví, ese mundo no era competitivo. Me hice periodista de un día al otro, sin que nadie me cerrara la puerta. En mis tiempos había cuatro periodistas, ahora es más difícil”.

No se cree de todo que ella abrió y continúa abriendo camino para otras, aunque se lo reafirmo.

“Entiendo lo que me dices. Pienso que han de haber dicho y decir ‘Si ella lo hizo, si ella pudo, si no se ha muerto y si sigue, claro que loy voy a hacer’, en ese sentido, sí puede ser. Pero el mundo ha cambiado. Ahora por razones económicas, las mujeres tienen que trabajar. Es muy difícil que el dinero alcance para mantener a una familia”, resalta.

En un año de pérdidas grandes para la literatura mexicana y latinoamericana -han muerto los escritores mexicanos José Emilio Pacheco, Federico Campbell, Emmanuel Carballo, el argentino Juan Gelman y el colombiano Gabriel García Márquez- para Poniatowska su partida física es más que la de su obra. “La pérdida de la persona te deja un poco huérfano”, dice.

A propósito del cuaderno de estudio que se ha realizado en la Universidad DePaul para analizar la literatura y obra de Poniatowska, ella resalta que le resulta difícil explicar cómo debe ser materia de estudio.

“Escribo a partir de mi periodismo como tú lo haces, de lo que sucede todos los días. Para mí el periodismo ha sido lo esencial. Al periodismo le debo todo”, resalta.

Chicago le ofrece además la oportunidad en cada visita, de sentirse como en México. “Para mí es una ciudad más amable, más afín a mí; encuentro gente preocupada por lo que sucede en Latinoamérica, por informarse”, asegura.

En su charla con el público en el NMMA, habló de las preguntas que el director mexicano Alfonso Cuarón hizo públicas al presidente Enrique Peña Nieto pidiendo respuestas claras y concisas sobre la Reforma Energética en México.

Clara prueba de que “la princesa roja” no baja ni bajará la guardia. Ella demanda, cuestiona, pregunta y pide también eso de todo aquel que la lea y siga su vida y carrera. No es mucho pedir.