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En esta foto del 12 de octubre del 2002, Roberto Canessa, a la derecha, uno de los 16 jugadores uruguayos de rugby que sobrevivieron 72 días en los Andes luego que su avión se estrelló en 1972, en Santiago de Chile junto a Sergio Catalán, el hombre que alertó a las autoridades chilenas para su rescate. Canessa publicó el martes 1 de marzo del 2016 un nuevo libro, "Tenía que sobrevivir", sobre la tragedia. (AP Foto/Santiago Llanquin, Archivo)
SANTIAGO LLANQUIN / ASSOCIATED PRESS
En esta foto del 12 de octubre del 2002, Roberto Canessa, a la derecha, uno de los 16 jugadores uruguayos de rugby que sobrevivieron 72 días en los Andes luego que su avión se estrelló en 1972, en Santiago de Chile junto a Sergio Catalán, el hombre que alertó a las autoridades chilenas para su rescate. Canessa publicó el martes 1 de marzo del 2016 un nuevo libro, “Tenía que sobrevivir”, sobre la tragedia. (AP Foto/Santiago Llanquin, Archivo)
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SAN ANTONIO, Texas, EE.UU. (AP) – Un nuevo libro ofrece una perspectiva única sobre la tragedia de los Andes de 1972, cuando un avión uruguayo que llevaba a un equipo de rugby se estrelló en las montañas en un accidente que le costó la vida a 29 personas. Solo 16 sobrevivieron luego de pasar 72 días en la nieve, a casi 4.000 metros de altura y con temperaturas de entre 25 y 42 grados centígrados bajo cero.

“No puedo evitarlo: me identifico con seres viviendo situaciones imposibles de superar”, escribe uno de ellos, el cardiólogo infantil uruguayo Roberto Canessa, en “Tenía que sobrevivir”. “A esas madres quiero decirles que lo que recibieron fueron diagnósticos de médicos que siempre estuvieron vivos, pero yo puedo darles la opinión de un médico que también estuvo muerto”.

El libro fue publicado el martes en español e inglés (“I Had to Survive”) por la editorial Atria, de Simon & Schuster. Además de una primera parte en la que Canessa relata detalles del accidente, incluye testimonios hasta ahora inéditos de familiares, rescatistas y sus pacientes actuales que hacen que este libro sea diferente a todos lo que se han publicado sobre el tema hasta la fecha: el paralelo entre la lucha por la supervivencia en las montañas y lo que Canessa y su coautor, Pablo Vierci, llaman “la Cordillera de la Vida”.

“El vínculo entre la montaña y la profesión de Roberto es el inicio del inicio, las cardiopatías en el feto y en recién nacidos; es un vínculo intransferible, no es un simulacro, no está traído de los pelos”, dijo a The Associated Press desde Montevideo un emocionado Vierci, quien hizo un abrupto cambio de dirección en el libro luego de hablar con los padres de una paciente a quien Canessa había salvado la vida. “Lo llamé a (Canessa) y le dije, ‘el libro cambió de órbita’. La nueva órbita estaba ahí y no la veíamos por estar encandilados con la luz de la cordillera, pero había otra luz: la luz que tienen que enfrentar todos los niños todos los días. Entre la cordillera (de los Andes) y esos niños a los que Canessa ayuda a sobrevivir diariamente encontramos el hilo conductor de la vida”.

“Este libro está dedicado a los que sufren, para que sepan que hay esperanzas no sólo (cuando se sale de la) Cordillera ni de una enfermedad, sino de muchas cosas”, dijo Canessa a AP.

El 12 de octubre de 1972, el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya partió de Montevideo rumbo a Santiago de Chile. Además de una tripulación de cinco personas, los 40 pasajeros eran miembros del equipo de rugby Old Christians, acompañados por familiares y amigos, que iban a jugar un partido amistoso con sus similares chilenos del Old Boys.

Debido a dificultades climáticas pasaron la noche en la provincia de Mendoza, en Argentina, y al día siguiente reanudaron su viaje. Pero un error de navegación del piloto hizo que el avión chocara contra una montaña y perdiera la parte trasera y las dos alas. Lo que quedaba del fuselaje se deslizó más de un kilómetro por una ladera nevada hasta detenerse abruptamente sobre el Glaciar de las Lágrimas en la provincia de Mendoza, cerca de la frontera con Chile. Siete pasajeros murieron al salir despedidos cuando se partió el avión, seis murieron al detenerse el fuselaje y otros tres perecieron por la noche. Diecisiete días después, ocho murieron en una avalancha que los sepultó en la nieve. Por 10 días, los sobrevivientes racionaron los pocos alimentos que tenían (vino, nieve derretida, pasta de dientes, chocolate) y se abrigaron con la ropa de las víctimas, pero en el día 11, luego de enterarse por radio que la búsqueda había sido abandonada, tomaron la decisión más difícil: alimentarse con los cuerpos de las víctimas antes de que murieran todos.

“A mí me dicen, ‘Ustedes se salvaron porque se comieron a los muertos’, como si fuera una fórmula mágica: te comés a los muertos y salís de la cordillera”, dijo Canessa. “Nosotros nos salvamos porque salimos caminando y encontramos al arriero. La gente cree que lo peor es tener que comerte a los muertos. Lo peor es ver que se mueren todos tus amigos y vos sos el próximo en la fila. La historia es tan fuerte en sí misma que es una lástima desvirtuarla y transformarla en un libro de canibalismo”.

El 11 de diciembre (Día 60) Canessa, entonces un estudiante de medicina de 19 años, y Fernando Parrado, de 22, quien perdió a su madre y a su hermana en el accidente y quien sobrevivió tres días en coma por una fractura de cráneo y edema cerebral, decidieron salir a caminar en busca de ayuda. Luego de subir y bajar montañas por 10 días (pasaron por los Altos de San Hilario, con una altura de 5.180 metros), sin equipamiento ni entrenamiento para escalar y llevando como alimento solamente los restos de carne humana, que con la llegada del verano ya comenzaba a descomponerse, tuvieron contacto con la civilización al encontrarse con el arriero chileno Sergio Catalán. Separados por un arroyo cuyo torrente les impedía escucharse, Catalán les tiró una piedra y un lápiz envueltos en un papel.

“Vengo de un avión que cayó en las montañas”, escribió Parrado. “Soy uruguayo. Hace 10 días que estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba. En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor, no podemos ni caminar. ¿Dónde estamos?”.

Con las últimas fuerzas que le quedaban, Parrado lanzó la piedra de regreso y ésta cayó justo en la orilla. Catalán les hizo señas de “mañana” y, antes de irse, envolvió unos panes y un queso junto con una piedra y se los arrojó a Parrado. Al día siguiente Canessa y Parrado fueron rescatados, pero ése sería el comienzo de otra odisea: convencer a los rescatistas de que los otros sobrevivientes estaban donde ellos decían que estaban.

“Decían que era imposible, que no podían estar ahí”, dijo Canessa. Los rescatistas “estaban totalmente desconcertados, pensaban que estaban viendo marcianos, no entendían nada”. En el libro, Canessa menciona que “en Chile, nunca antes, en 34 accidentes de avión en los Andes, hubo sobrevivientes”.

Parrado y Canessa insistieron, y el resto de los sobrevivientes fueron rescatados por helicóptero en dos vuelos, el 22 y 23 de diciembre.

“Los 14 que quedaron en el fuselaje mientras caminábamos sobrevivieron todos”, dijo Canessa a AP (uno de ellos, Javier Methol, falleció en 2015). Al rescatarlos “sentimos que les pudimos cumplir. Fue un momento de una alegría brutal. Fue como haber pasado 72 días con un elefante sentado en la cabeza y de repente no estaba más el elefante y podías respirar hondo y bajar la guardia”.

Con el nuevo libro, Canessa intenta no solamente inspirar a otros, sino dejar en claro que el milagro de los Andes es una historia que va mucho más allá de un caso de necrofagia.

“Si nos hubiesen dicho ‘vas a tener que esperar 72 días’, yo hubiese respondido, ‘No, yo me muero ahora y me ahorro todo el resto”’, dijo Canessa. “Es el famoso lema del ‘no aguanto más’, que es una sensación espiritual, no una realidad material. Con cada paso en la cordillera uno no aguanta más y, sin embargo, da el siguiente paso. Uno cree que conoce todo de sí mismo y ése es el error. Cuando uno realmente no aguanta más es cuando se muere. Pero la mayoría de los ‘no aguanto más’ son grandes mentiras”.