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Por Ivett Rangel

LOS ÁNGELES_

Por sus canales, se le nombró Venice.

Al iniciar el siglo XX, el empresario Abbot Kinney -un millonario del tabaco- creó el resort de sus sueños: Venice of America, un lugar cerca del mar, parecido a la ciudad italiana de la que estaba enamorado.

Mandó construir varios canales que ocupaban toda el área que ahora delimitan la avenida Pacífico y los bulevares Abbot Kinney y Washington).

En la actualidad, sólo quedan seis, cuatro orientados de oeste a este y dos de norte a sur. Lejos del bullicio de la famosa playa o las arterias principales de Venice; en este oasis el silencio sólo se rompe con el garrir de los loros y el graznar de los patos, residentes distinguidos y, además, muy protegidos. También se llega a escuchar el saludo cordial de algún vecino que sale a pasear a sus perros.

“Quienes viven aquí son personas a quienes se define como ‘out of the box’, es decir que no siguen los modelos establecidos, se alejan de cualquier estereotipo y tienen una cultura muy elevada. Están orgullosos de su comunidad, se conocen y se cuidan, algo completamente diferente a lo que sucede en Santa Mónica o Malibú”, dice María Baldasseroni, residente y guía de turistas, curiosamente de origen italiano.

Escritores, pintores, escultores y algunas celebridades hollywoodenses como Tim Robbins, Robert Downey Jr., Fiona Apple, Anna Paquin y Richard Dreyfuss, entre otros, han encontrado aquí su hogar.

Establecer una comunidad de creativos era el sueño de Kinney. Sin embargo, al principio no fue así. No había un espíritu de comunidad y la creciente popularidad de los autos propició que la mayoría de los canales se convirtieron en calles hacia 1929.

Con el paso del tiempo, los canales de Venice perdieron su esplendor y ya nadie quería vivir ahí.

Fue hasta la década de los 90 y gracias una inversión millonaria, que el área recuperó su prestigio.

Hoy, quien es propietario de un inmueble a la orilla de un canal, tiene un invaluable tesoro; el gobierno declaró la zona Distrito Histórico y forma parte del patrimonio de California y Estados Unidos.

Quienes visitan el destino pueden pasear tranquilamente a las orillas de los canales y se entretienen fotografiando las casas. Ninguna es igual a la otra. Por ahí hay una fachada colorida, por allá una más moderna.

Dentro de todo ese eclecticismo, la única coincidencia es que a la mayoría de los propietarios les gusta mostrar su estilo de vida; casi nadie tiene cortinas y si las hay, están corridas. Cada ventana es una invitación a mirar hacia el interior. También enamoran los muelles que anteceden a las puertas y en los que en lugar de góndolas hay kayaks y pequeñas lanchas.

Las horas transcurren rápido entre cruzar de una orilla a otra a través de los puentes, pero no hay espacios ni para comer ni para sentarse, así que más vale despedirse de la zona y dirigirse a alguna de las tratorías que hay sobre el bulevar Washington.

Atrás queda el rostro adinerado de Venice, que con su ambiente desenfadado tanto atrae a propios y extraños.