Por Hugo Lazcano
MÉXICO _ A diferencia de muchos actores de su generación (la del 46), Gonzalo Vega, que falleció el 10 de octubre a los 69 años, se formó actoralmente en la pantalla grande.
Fue en el séptimo arte donde se hizo famoso y, después, en la década de los 80, saltó a la televisión para dejar huella en numerosas telenovelas, como “Cuna de Lobos”.
El cineasta Arturo Ripstein siempre vio en Vega a un actor intuitivo al que le corría la dramaturgia por las venas. Le ofreció en 1968 un pequeño papel en la cinta que preparaba entonces, “Los recuerdos del porvenir”, basada en la novela de Elena Garro.
No obstante, el actor debutó oficialmente en “Las pirañas aman en Cuaresma”, de Francisco del Villar, que inició su rodaje antes que la de Ripstein, a inicios de 1969.
En “Los recuerdos…”, su segunda película, el actor, quien tenía como antecedentes estudios en Filosofía y Letras en la UNAM y algunas obras de teatro, entre ellas “La ronda de la hechizada”, de Hugo Argüelles, tomó confianza al lenguaje cinematográfico.
Se desenvolvió con soltura en sus siguientes proyectos, varios de ellos dirigidos por Rogelio A. González (“Por qué nací mujer”, “La agonía de ser madre”, “Rosario”).
Estos trabajos le abrieron la puerta con realizadores que destacaron en los 70, dentro del llamado “cine de la ruptura”, que se caracterizó por llevar al límite temáticas políticas, sociales, de sexo y violencia.
Fue reclutado por Felipe Cazals para “Aquellos años” y “Las Poquianchis”, y con el legendario Alejandro Galindo lució en “…Y la mujer hizo al Hombre” y “Ante el cadáver de un líder”.
Amante de la buena lectura, especialmente de los clásicos, Vega, quien ya era considerado un galán del celuloide, se probó como un histrión capaz de convencer ante la cámara con registros opuestos: de héroe, villano, hombre trabajador o vividor, militar o criminal.
Productores televisivos lo invitaron a hacer “cositas” en los melodramas “Pecado de Amor” y “Donde termina el camino”, gracias a las cuales se interesó por la pantalla chica.
Cerró la década de los 70 con una soberbia actuación en “El lugar sin límites”, de Arturo Ripstein, con el papel de Pancho y aquella escena donde, tras darle un apasionado beso a La Manuela (interpretado por Roberto Cobo), cae en cuenta de que es un “joto” y lo mata a patadas, algo que hasta la fecha es una registro fílmico impactante.
Fue premiado con el Ariel en 1978 de Coactuación Masculina por dicho filme.
En los 80 abrazó la TV, sin dejar de hacer películas. Fue figura esencial de Cuna de Lobos, telenovela que catapultó su imagen al mundo.
Ya consolidada su trayectoria, brindó memorables personajes en los filmes “Retrato de una mujer casada”, “Los renglones torcidos de Dios”, “Nocaut”, “Terror y encajes negros” y Lo que importa es vivir”, por la que recibió el Ariel de Mejor Actor en 1988.
En los 90 decidió darle un giro a su carrera y se vistió de mujer, en julio de 1991, para estelarizar, producir y dirigir La Señora Presidenta, un hito del teatro mexicano por más de 20 años.
Desde entonces combinó los sets fílmicos con los televisivos. Tras salir de una crisis de salud fue piedra angular del taquillazo “Nosotros los Nobles”, de Gary Alazraki, en 2013.
Chapado a la antigua, Vega no perdió su sello viril y personalidad galante que lo caracterizaron y que explotó a su antojo en su particular versión teatral de Don Juan Tenorio, que dejó de hacer precisamente cuando su salud demeritó.
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