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Desde que su formación clásica se reunió en el 2005, tras dos décadas de carrera,

Testament

ha mantenido un ritmo incansable de presentaciones que, además de darle muchas veces el rol titular, le han brindado la posibilidad de incluir en el cartel a varias otras bandas provenientes de una escuela ochentera que se resiste fieramente a morir.

Nos referimos, por supuesto, al thrash metal, esa subrama del rock pesado que ha dado a la vida cuando menos a una sensación internacional, Metallica (aunque sus detractores la descalificaron de inmediato una vez que accedió al ‘mainstream’). Pero lo cierto es que las agrupaciones que siguen vociferando (literalmente) con orgullo su pertenencia a las filas del thrash puro y duro no son aquellas que poseen un nombre fácilmente reconocible por los adeptos a la música comercial.

Lo suyo sigue siendo una esforzada labor de promoción y de actuaciones continuas en clubes pequeños, con remuneraciones muy inferiores a las de los rockeros de gran fama, pero con una persistencia que resulta a veces a prueba de balas y que sólo puede responder a una razón clara: la devoción total por lo que hacen.

En el caso de Testament, no hace daño tener una reputación como la que, durante la noche del jueves pasado, le permitió llenar completamente la House of Blues de Anaheim, que podrá ser un club, pero es uno bastante espacioso y, sobre todo, muy reputado. Pero lo más importante quizás para la supervivencia del subgénero es que, más allá de haber vendido todas las entradas en un día de semana, la banda logró convocar a un público que, fuera de los cuarentones de rigor, dejaba ver a un número considerable de jovencitos y -milagro de milagros- jovencitas.

Para ser sinceros, con todo lo que nos gusta el thrash, Testament no es nuestra propuesta favorita en lo que respecta al estilo; pero tiene siempre el tino de llamar a bandas que sí nos mueven, y este caso no fue la excepción, porque dejó que su acto fuera antecedido por el de los fenomenales

Overkill

(en la foto principal). Fue una gran decepción, eso sí, enterarnos de que esta parte de la gira no cuenta con la presencia de Flotsam and Jetsam, otro grupo interesante de la vieja camada (fue de allí que Metallica extrajo al bajista Jason Newsted).

Por su lado, Testament -a quien hemos visto varias veces en el pasado reciente- nos dejó mucho más satisfechos de lo que esperábamos, quizás justamente porque no esperábamos demasiado, o porque logramos finalmente encontrarle el encanto a su modalidad oscura y un tanto monótona del metal. Ciertamente, algunos temas nos resultaron indistinguibles y poco creativos, sobre cuando correspondían a unas etapas recientes en las que la agrupación parece haber intentado recrudecer su sonido en desmedro de su comprensión, como fue el caso de “D.N.R. (Do Not Resuscitate)” y de “Riding the Snake”; pero su set tuvo sin duda varios momentos dignos de gozo.

Estos, por supuesto, se relacionaron a sus ‘clásicos’, aunque recibimos con mucho gusto la versión pesada de “Dark Roots of Earth”, procedente del álbum del mismo nombre que se lanzó en julio. Pero si hubiera que elegir, nos quedaríamos con la interpretación de “Into the Pit”, “Practice What You Preach” y “The New Order”, que desataron un slam de consideración, mientras

Alex Skolnick

practicaba esos solos rapidísimos que en su momento le dieron el rótulo de ‘guitar hero’.

Pese al indudable entusiasmo que mostró la platea durante todo el set, para nosotros, igualar a lo que había estado antes sobre la misma tarima era una labor imposible. Y es que Overkill -a quien veíamos por primera vez, pero cuya reputación en vivo es legendaria- es un auténtico vendaval, así como un grupo que, 33 años después de formado, parece todavía un conjunto de jovencitos acelerados y muy, muy entusiastas.

El responsable principal de su esplendor es, sin permiso para debates,

Bobby “Blitz” Ellsworth

, un tipo que, a los 53 años de edad -y 11 años después de haber sufrido un infarto-, se mantiene en un estado físico prácticamente inverosímil, ya que no sólo brinca y se mueve con una facilidad desconcertante, sino que luce realmente como si el tiempo no hubiera transcurrido. Pero nada de esto importaría si su garganta no se encontrara en tan buen estado, porque la voz no le falló ni por un segundo, mientras emitía esos impresionantes y agudísimos alaridos que ya lo han hecho inmortal.

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