Skip to content
Donald Trump, precandidato republicano a la presidencia de Estados Unidos. GETTY
Scott Olson / Getty Images
Donald Trump, precandidato republicano a la presidencia de Estados Unidos. GETTY
Author
PUBLISHED: | UPDATED:

Por Ernesto Núñez

CIUDAD DE MÉXICO – Desde que era muy joven, Jorge Ramos Ávalos (México, 1958) decidió que no sería un periodista censurado.

Era 1983, trabajaba para el programa 60 Minutos de Televisa, y Jorge Ramos, de entonces 25 años, acababa de terminar un reportaje sobre el presidencialismo en México, en el que tuvo “el atrevimiento” de incluir las voces de los escritores Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis -en aquel entonces, vetados de las pantallas. Cuando sus jefes le dijeron que el reportaje nunca sería transmitido, Ramos decidió dejar la televisora, emigrar del país e ir a buscar un lugar para hacer auténtico periodismo.

Vendió su Volkswagen rojo, cruzó la frontera y se inscribió en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA). Era 2 de octubre de 1983. El día que empezó su vida de migrante en Estados Unidos, se cumplían 15 años de la matanza de la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco.

“Decidí que no quería ser un periodista censurado y renuncié. Esas decisiones, renunciar y convertirme en inmigrante, marcaron mi vida”, relata Ramos 33 años después.

Hoy es uno de los periodistas más influyentes del mundo. Desde 1986, dirige el noticiero nocturno de Univisión, que se transmite en Estados Unidos y en 13 países (y es visto por 2 millones de personas en un día normal); hace un programa dominical de entrevistas políticas que se llama Al Punto (con una audiencia aproximada de un millón de televidentes); tiene un programa semanal en inglés para la cadena Fusión, que llega a través de Facebook a audiencias que fluctúan entre 3 y 4 millones de usuarios de internet. Además, escribe una columna semanal que distribuye The New York Times a 40 diarios de todo el mundo, es articulista de Reforma y autor de 11 libros.


El único mexicano en ‘Fortune’

Su nombre está incluido en los rankings de líderes mundiales publicados por revistas prestigiosas como Time, Newsweek y Fortune, que apenas el 24 de marzo pasado lo colocó en el lugar 43 de su lista de 50 líderes que están transformando al mundo. Ramos es el único mexicano en la lista de Fortune, en la que figuran personajes como la canciller alemana Angela Merkel, el Papa Francisco, el presidente argentino Mauricio Macri o Bono, vocalista de U2.

The Wall Street Journal lo califica como “el presentador estrella de la televisión hispana” y El País lo definió, en noviembre del año pasado, como “la conciencia hispana de Estados Unidos”.

Es el único periodista que ha enfrentado cara a cara al magnate Donald Trump, para cuestionarle sus insultos a los mexicanos y preguntarle sobre sus absurdas propuestas de deportar a 11 millones de indocumentados y obligar a México a pagar la construcción de un muro de 3 mil kilómetros en la frontera norte.

Viajar a Iowa, presentarse a una conferencia de prensa, pararse para hacerle tres preguntas, y no callarse cuando el magnate quiso interrumpirlo, bastó para enfurecer a Trump, quien ordenó echar a Ramos del salón donde se desarrollaba su conferencia de prensa. Las escenas de aquel incidente, del 25 de agosto de 2015, fueron vistas en todo el mundo y pusieron el reflector en el precandidato republicano, un hombre iracundo, racista e intolerante; un bully al que hay que tomar muy en serio, como lo define Ramos.

Trump, un ‘bully’

Cuando Trump lanzó su candidatura, en junio de 2015, puso la migración en el centro de su discurso. Afirmó que los mexicanos que cruzan de manera ilegal la frontera “traen drogas, traen crimen, (y) son violadores…”.

Al escuchar ese discurso de forma reiterada, Ramos hizo lo que hace un periodista: enviar preguntas: “¿Cómo piensa deportar a 11 millones de indocumentados?, ¿con el Ejército? Si lograra cambiar la Constitución para quitarle la ciudadanía a hijos de indocumentados, ¿a dónde deportaría los bebés que no tienen patria ni pasaporte? ¿Para qué construir el muro más grande del mundo entre dos países, si casi 40 por ciento de los indocumentados llegan en avión con visa temporal y luego se quedan?”.

Trump no le respondió, pero sí publicó la solicitud de entrevista, junto con el número de teléfono celular que el periodista había dado a su equipo de campaña para contactarlo.

Ramos tuvo que cambiar su número personal, y decidió ir a Iowa a enfrentar al magnate.

“Medí correctamente a Trump. Hace nueve meses me di cuenta de que era muy peligroso para Estados Unidos y para México, y me alegro de haberlo enfrentado”, dice Ramos con satisfacción, pero también con el pesar de que otros en México no hayan tomado en serio a Trump desde el primer momento.

“Me apena enormemente que Enrique Peña Nieto se haya tardado 241 días en responderle, yo creo que había que enfrentarlo desde junio, desde el primer insulto, para decirle que las estupideces que dijo sobre los mexicanos son falsas, que no somos así”, señala el periodista.

Desde aquel incidente, Ramos se puso en el epicentro de la campaña por la Casa Blanca. Algunos elogian sus agallas, otros lo insultan y amenazan, unos más lo critican por hacer activismo y no periodismo.

Él lo tiene claro: es periodista y, precisamente por eso, toma partido en contraposición a los poderosos.

“Siempre hay que cuestionar al poder, nos corresponde a nosotros hacer las preguntas duras e incómodas. Si el periodista no quiere cuestionar, no está haciendo bien su trabajo. O cuestionas al poder, o te vuelves parte de él. Me parece que nuestra función es enfrentar a los poderosos en casos de racismo y discriminación, y éste es el caso. Trump es un bully, y la única manera de enfrentar a los bully es de frente”, comenta.

Le hierve la sangre

A Ramos le hierve la sangre cada vez que ve por televisión un mitin de Trump en las primarias republicanas. Desde el inicio de sus eventos, el precandidato “anima” a sus seguidores con su arenga racista.

-¿Quién va a pagar por el muro? -pregunta a sus simpatizantes.

-¡México! -le responden, a gritos.

“Es indignante. Trump habla así de México, porque el gobierno de Peña Nieto decidió quedarse calladito y agacharse. La marca de México está muy golpeada y el gobierno lo permitió. Su estrategia de ningunearlo falló totalmente.

‘¿Dónde están los portavoces del gobierno de México?’

“¿Dónde están los embajadores?, ¿dónde están los cónsules?, ¿dónde está la secretaria de Relaciones Exteriores?, ¿dónde están los portavoces del gobierno de México hablando en la prensa de Estados Unidos? No están, desaparecieron, no existen, y eso es gravísimo”, lamenta el periodista.

Ramos está convencido de que el gobierno de Peña Nieto reaccionó tarde y tímidamente, pero sugiere, para los tres meses que quedan antes de la Convención Republicana y para la campaña -en la que es muy probable que Trump sea candidato-, responder todas las ofensas a los mexicanos, al menos las más importantes y significativas.

Responder, no siempre desde Los Pinos, sino desplegar a todo el gobierno: utilizando al servicio exterior, hablar con los medios estadounidenses, con líderes sociales, empresarios y defendiendo, con información real, el nombre de México en los circuitos de poder de Estados Unidos.

También funciona -advierte- que intelectuales, artistas y líderes de opinión mexicanos difundan mensajes desmintiendo a Trump, respondan sus insultos, y enfrenten su racismo.

“Lo único que funciona frente a los bullys, frente a los tiranos, frente a los que abusan del poder, es enfrentarlos directamente. Claro que funciona. En el momento en que se den cuenta de que cada vez que hable mal de México, alguien le va a salir a contestar, ese día cambiarán las cosas”, añade.

-¿Puede Hillary detener a Trump? se le pregunta a Ramos.

-Las últimas encuestas que yo vi indican que hoy Hillary Clinton le ganaría a Trump, y no sólo ella, también Bernie Sanders, pero eso es hoy, habrá que ver si eso continúa así… Se equivocan quienes piensen que Donald Trump no puede ganar.

Censura

Ramos está promocionando un libro al que tituló Sin miedo, en el que recopila 19 entrevistas a rebeldes y poderosos, hechas por él para Univisión en los últimos 30 años.

El subcomandante Marcos; los activistas cubanos Yoani Sánchez, Oswaldo Payá y Guillermo Fariñas; los venezolanos Leopoldo López y Lilian Tintori; la colombiana Ingrid Betancourt; la jueza hispana en la Corte de Estados Unidos, Sonia Sotomayor; la periodista Barbara Walters; el cineasta afroamericano Spike Lee; el pacifista sudafricano Desmond Tutu, y los líderes del movimiento Dreamers en Estados Unidos figuran en la lista de rebeldes. Personajes que toman partido -define Ramos-, que deciden y actúan.

“Lo primero que quisieran los poderosos, o quienes buscan el poder, es que los rebeldes y los periodistas nos calláramos”, añade Ramos en la primera página del prólogo de un libro que es también una declaración de principios.

Si el periodista no cuestiona al poder -sea frente a Trump o frente a Peña Nieto, no está haciendo su trabajo; si no se pone de lado de las víctimas de violaciones a los derechos humanos o de discriminación, tampoco lo está haciendo.

Jorge Ramos ha aprendido estas lecciones a lo largo de 34 años de carrera.

“La rebeldía y el periodismo siempre han ido juntos. Los mejores ejemplos que tenemos de gran periodismo han ocurrido cuando los periodistas toman partido. En México tenemos un gran ejemplo en Elena Poniatowska que, con una grabadora, pudo desvelar la verdad de la matanza de Tlatelolco en 1968. Y para Elena eso implicó tomar partido con los estudiantes, con los asesinados y enfrentarse al gobierno”, dice Ramos.

A contracorriente del periodismo de academia, Ramos comenta que no son tiempos para que reporteros, editores y directivos de medios se coloquen en la comodidad de una aparente imparcialidad, pues ésta es, en la mayor de las veces, una toma de postura de lado de los más poderosos.

“Yo defiendo que los periodistas tenemos que ser, por principio, objetivos y balanceados, cumplir los preceptos básicos del periodismo. Pero hay un nivel superior que nos obliga a tomar partido en seis áreas que yo he identificado: discriminación, racismo, corrupción, mentiras públicas, dictaduras y violación a los derechos humanos”, explica.

“El periodismo que toma la postura de los más vulnerables es muy honorable, se vale y es muy necesario en un país como México. Si los periodistas no se ponen del lado de las víctimas en casos como Ayotzinapa o Tlatlaya, si no se atreven a denunciar la Casa Blanca de Peña Nieto, ¿quién lo va a hacer? Ése es nuestro trabajo”, añade.


La censura directamente de Los Pinos

-Un trabajo cada vez más difícil de hacer en México. ¿Qué opinas de la censura en el país y de que seamos uno de los lugares más peligrosos para ejercer el periodismo? -se le cuestiona.

-Tristemente, hay que decir que en México hay censura de prensa y que esa censura viene directamente de Los Pinos. El mejor ejemplo es el equipo de Carmen Aristegui que investigó el caso de la Casa Blanca, pero en coberturas de casos como Ayotzinapa, Tlatlaya o de los 52 mil muertos que van desde que Peña Nieto llegó a la Presidencia, hay enormes presiones tanto de presidencia, como de los gobernadores y los alcaldes en contra de los periodistas. Eso es tristísimo -responde.

En los últimos 15 años, 88 periodistas han sido asesinados en México y hay 16 desaparecidos. Más de 10 han muerto en lo que va del sexenio de Peña Nieto, principalmente en Veracruz. Cada año, la organización internacional de defensa de la libertad de expresión, Artículo 19, documenta 300 agresiones a periodistas mexicanos y ayuda a más de 50 a obtener protección.

En ese contexto, Ramos en un afortunado. Vive en Miami, tiene libertad de hablar de todos los temas.

“Tengo que reconocer que tengo la suerte de poder reportar desde Estados Unidos lo que pasa en México; si no fuera así, si no estuviera en la trinchera de Miami, estoy seguro de que podría haber corrido la misma suerte de otros periodistas que han sido reprimidos o censurados en México. Con toda honestidad, te digo que aprovecho la suerte que tengo de vivir en Estados Unidos para decir cosas que en México es muy difícil decir”, señala.

A Peña Nieto no le gustó

En sus programas, Ramos se ocupa principalmente de lo que sucede en México, América Latina y Estados Unidos, y frecuentemente es buscado por opositores que no pueden hablar con libertad en los medios de comunicación de sus países de origen.

Entrevista a líderes de todo el mundo, incluidos media decena de jefes de Estado cada año. Pero no a Enrique Peña Nieto.

Al Presidente mexicano no le gustó que, como precandidato a la presidencia, Ramos le hiciera una entrevista en la que no pudo recordar de qué había muerto su ex esposa, y que, en una segunda entrevista, Ramos destacara cómo había tenido que prepararse para hablar de ese tema, como si se tratara de un examen profesional.

“Eso fue determinante para que no volviera a tener entrevistas con Peña Nieto ya como Presidente. He hecho montones de solicitudes y siempre las han rechazado”, narra.

-¿Y con alguien del gabinete de Peña Nieto?

-No, tampoco tengo acceso a ellos.

-¿Y te interesa?

-Claro. Me interesa la procuradora, el secretario de Gobernación, Videgaray… pero si le voy a preguntar de su casa de Malinalco y cómo la compró, ¿tú crees que va a querer hablar conmigo? Cada vez que ha habido una crisis, de nuestras oficinas en Univisión se comunican a la Presidencia o a las distintas oficinas de prensa, y la respuesta siempre ha sido no. No, no y no.

Lo que sí llega a las oficinas de Ramos en Miami es la presión de voceros del gobierno mexicano para que trate un tema de cierta manera, o para que no aborde ciertos asuntos. O para quejarse de sus comentarios sobre decisiones gubernamentales.

“Todo el tiempo están presionando. A través de la embajada, de la oficina de prensa de Los Pinos, a través de los consulados, a través de e-mails, de troles en Twitter y Facebook. Constantemente me hacen saber que no les gusta lo que digo. A veces los mensajes son directos, o a veces a través de mis jefes o de gente que me conoce. Pero lo que hay que hacer es, primero, denunciarlo, y después, no dejarse”, apunta.

Ramos ha convivido, desde su noticiero en Univisión, con tres presidentes del viejo régimen (Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo); con dos presidentes de la alternancia (Vicente Fox y Felipe Calderón) y con uno de la restauración priista (Enrique Peña). De los seis, al que considera más intolerante en términos de opinión pública, es al actual.

“Sin duda estamos peor. En México hay censura, hay autoritarismo de Estado. En México matan periodistas y no se protege a los reporteros. En México, que es uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo, al gobierno no le importa protegerlos. El gobierno de México no ha dado una sola señal de que le preocupe la seguridad de los periodistas”, asegura.

Según Ramos, al periodista le corresponde inconformarse y rebelarse ante eso; ser contrapoder y no parte de la élite que gobierna.

En un país con libertades acotadas, en plena “regresión autoritaria”, Ramos lamenta que haya demasiados periodistas cómplices del poder y unos cuantos que lo cuestionan.

“El periodista debe definirse por su posición de contrapoder. Conozco tantos periodistas cuya única función es justificar a los que están en el poder y estar cerca de ellos. En cambio, de pronto hay periodistas y medios como ustedes en Reforma, como Carmen Aristegui, como Anabel Hernández, como Lydia Cacho, como Denisse Dresser, entre muchos otros, que han decidido ser contrapoder, y eso es sumamente valioso”, añade.

‘Vamos a ganar’

En su libro Sin miedo (Grijalbo, 2016), Ramos entrelaza los apuntes que tomó en sus entrevistas, con reflexiones actuales sobre lo que aprendió de cada uno de esos grandes personajes.

Lecciones de rebeldes y poderosos que quiere transmitir a los lectores como eje transversal y principal utilidad de su obra.

Dice Ramos que la lección más entrañable es la de Desmond Tutu, un clérigo que luchó a lado de Nelson Mandela en contra del apartheid en Sudáfrica: “saber que vas a ganar, estar convencido de que la injusticia no puede ser algo permanente”.

Ese es el motor de los rebeldes, dice Ramos: saber que al final habrá justicia. Y ése debe ser también el motor de los periodistas: saber que al final va a prevalecer la verdad sobre la mentira, sobre la corrupción y la censura.

“Esa convicción de Desmond Tutu es realmente maravillosa”, concluye.