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El fotógrafo

Omar Robles

y yo fuimos testigos de muchas emociones durante nuestro

reciente viaje

a Beardstown en el centro de Illinois.

Vimos la alegría pura e insoluble que los nietos proporcionan a sus abuelos, sólo por estar vivos y ser ellos mismos.

Vimos el orgullo en el rostro de la dueña de una tienda en Beardstown quien describió haber hecho un sueño realidad con la inauguración de una tienda de ropa que vende vestidos para eventos como bautizos, XV años, graduaciones y bodas.

Hemos visto la tristeza y el dolor proyectar una sombra sobre la cara de la misma mujer, mientras describía que había sido víctima del racismo. Aunque el abuso había ocurrido años atrás, la herida aún está abierta y fresca.

Hemos visto el placer que sólo la buena comida y compañía puede brindar mientras dos mujeres blancas de edad avanzada charlaban durante un almuerzo en La Taquería, un restaurante mexicano en la plaza del pueblo.

Hemos visto la frustración grabada en la expresión de un maestra que siente que no está recibiendo suficiente apoyo de sus colegas y la administración.

Sin embargo, una emoción parecía apuntalar muchas de las interacciones que tuvimos con los residentes de Beardstown: el miedo.

El miedo parecía provenir de múltiples fuentes.

Para algunas personas, el miedo tenía que ver con estar en el país sin papeles, en habitar las mismas zonas precarias propensas a la vulnerabilidad, como millones de otros indocumentados alrededor del país.

El recuerdo de ese momento parecía sobrevivir dentro de las personas que incluso ya tienen papeles que les confieren estatus legal. Para algunas de ellas, aunque ya tengan ese derecho a la libertad y a la búsqueda de felicidad otorgado por los fundadores de la nación, tal y como aquellos bebés nacidos en suelo americano, la memoria aún los hace caminar por las calles con paso incierto.

Para otros, el miedo provenía del hecho de trabajar en

Cargill

, principal empleador de la ciudad, y uno que, según algunos, no tolera la discordia, o incluso, comentarios del público.

Para unos más, estaba en la experiencia de haber tenido problemas con la policía y el miedo a una persecución dirigida específicamente contra ellos porque son latinos.

Y para otros, existía el temor que se deriva de trabajar y vivir en una ciudad pequeña, donde cada movimiento puede ser analizado y considerado insuficiente, especialmente por aquellos que estaban en la ciudad antes y quienes aún no han aceptado del todo en sus corazones a los recién llegados.

Es importante tener en cuenta la historia de Beardstown.

Al igual que miles de comunidades de América, Beardstown era un

“sundown town”

, una comunidad en donde las personas que no eran blancas no podían salir después de la puesta del sol.

Esa hostilidad no es pasado distante.

De hecho, el

Ku Klux Klan

se manifestó en la comunidad en 1996, un día después de que un hombre latino matara a un hombre blanco.

Un hombre mexicano que ha vivido en Beardstown desde finales de los años noventas me dijo que cuando llegó aquí, nunca salía de su casa a menos que fuera hombro con hombro con otros tres compañeros.

En comparación con esos tiempos turbulentos, algunos residentes dicen que las cosas están mucho más tranquilas, seguras y silenciosas.

Además de la presencia de tiendas con productos para latinos, en la plaza del pueblo se llevan a cabo anualmente festivales culturales para las comunidades latinas y africanas de la ciudad. Estas celebraciones de identidad comunal han servido como una fuente de fortaleza y entereza, dicen algunos.

Pero eso no quiere decir que el miedo ha sido vencido.

El miedo evita que las personas accedan a ser citadas o a que se les tome una fotografía.

El miedo provoca que la gente hable más, una vez que la grabadora está apagada, mucho más que mientras está rodando.

El miedo que hace que las personas bajen la voz o que miren por encima de su hombro cuando conversan.

El miedo que impide a las personas hacer valer todos sus derechos y luchar contra la injusticia.

Quiero ser claro sobre el tiempo que estuvimos en la ciudad, sobre la gente que vimos y sobre la profundidad de nuestra comprensión de la comunidad.

Estuvimos en la ciudad durante un día completo.

Hablamos con una pequeña muestra de personas.

Y no vimos todo lo que la ciudad tiene para ofrecer.

Sin embargo, sus habitantes nos hicieron ver lo suficiente como para saber que, al menos para algunos, a pesar de los considerables progresos que se han hecho, el miedo es una presencia en Beardstown.