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La redada atrajo titulares internacionales. Arrancó a niños de sus padres y devastó a la comunidad asentada ahí desde hace más de una década. Hoy, cinco años después, el recuerdo sigue siendo una herida abierta entre los latinos de Beardstown.

“Fue un trauma colectivo”, dijo Flores, quien llegó a Beardstown en 1998 luego de huir de El Salvador, su país natal, y organizar a los trabajadores en el sur de Illinois.

El ataque fue tal vez el más lacerante de una serie de dificultades para una comunidad que ya había experimentado problemas individuales y familiares. En aras de buscar una vida mejor en Estados Unidos, si es que se le puede llamar así a la experiencia que deben vivir los indocumentados, dejan atrás a sus familias, toleran duras condiciones de trabajo en los campos y fábricas en que trabajaban, se enfrentan a la hostilidad de sus nuevos vecinos, compañeros de trabajo, policías y funcionarios municipales, además de encarar la dificultad de no saber el idioma del nuevo país al que llegaron.

A pesar de estos desafíos, la experiencia de la comunidad en Beardstown no es de victimización generalizada. Es más bien una historia de resistencia entre fuertes y constantes dificultades.

Tomando en cuenta la variedad de recursos individuales y comunitarios, ellos y otros en distintas comunidades del medio oeste, experimentaron crecimientos similares a los de la población latina, forjaron lazos comunes para reafirmar su presencia en la vida financiera y política.

“Los inmigrantes de Beardstown han alcanzado un cierto grado de inclusión en las instituciones públicas y espacios públicos”, escribió Faranak Miraftab, profesor de planificación urbana y regional en la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, en un artículo académico de 2011. “Ellos han logrado una alta tasa de propiedad de vivienda, un programa de educación plurilingüe, y una fuerte presencia en el espacio público a través del deporte, celebraciones culturales y de identidad en los barrios residenciales”.

Los traumas pueden tener una variedad de formas y tienen diferentes niveles de impacto, según Steve Weine, profesor de psiquiatría de la Universidad de Illinois-Chicago. “Hay varios niveles de trauma”, dijo. “¿Qué significa el trauma para la familia, el vecindario, organización o institución?”, preguntó Weine, quien trabaja con refugiados de Bosnia, Somalia y otros países.

En “Everything in Its Path: Destruction of Community in the Buffalo Creek Flood”, Kai Erickson escribió sobre el trauma colectivo sufrido por la gente afectada por el devastador diluvio de West Virginia en 1972.

Los residentes de Buffalo Creek sufrieron heridas que iban más allá de lo físico, dijo Erickson. “Ellos fueron arrancados de sus comunidades y del arraigado entorno humano en el que habían vivido”.

El resultado: “Aunque lejano y difícil de identificar, ‘Yo’ sigo existiendo. ‘Tú’ sigues existiendo. Pero ‘nosotros’ ya no existe como pareja o como células en una comunidad más amplia.”

Flores dijo que lo mismo sucedió en Beardstown durante la redada. Describió una ola de miedo que arrasó a la comunidad e hizo que la gente se escondiera por varios días, incluso semanas.

Weine dijo que poder acceder a múltiples recursos de fortaleza es un factor clave para ser capaces de absorber un golpe colectivo como el allanamiento y la consiguiente inseguridad.

Esto es precisamente lo que la comunidad en Beardstown ha hecho.

Una serie de festivales culturales durante los últimos 15 años ha sido una de las fuentes más poderosas de la fuerza comunal, según Flores.

La primera de ellas tuvo lugar en 1998, en momentos en que la comunidad latina era predominantemente mexicana. Flores trabajó con un grupo de mujeres llamado el Comité de Vecinos Unidos para mantener la celebración del Día de la Independencia el 16 de septiembre.

Mientras que esta acción despertó un poco la resistencia inicial de los funcionarios electos de la ciudad y las autoridades locales, la situación mejoró gradualmente, dijo.

Parte de esa mejora se ha producido gracias a que un mayor número de latinos se mudó a Beardstown, dijo.

Pero parte de esto también viene de seguir ampliando el número y alcance de los festivales.

Mientras que en 1998 sólo se celebró el Día de la Independencia, ahora se amplió para incluir el Cinco de Mayo.

Sabina Torres, dueña de La Guelaguetza, la primera tienda de la ciudad que vende vestidos para bautizos, bodas, quinceañeras y graduaciones, resaltó el papel de Flores y el comité que trabaja con una segunda fuente de fortaleza comunitaria.

Además de la realización de eventos como los festivales culturales, trabajan incansablemente para integrar a los recién llegados, que se han duplicado. Esto ha creado una comunidad muy unida que se siente como en su pueblo natal en México.

“Nos conocemos todos, todos se saludan entre sí”, dijo.

Torres abrió su tienda en agosto de 2011, luego de tres o cuatro años de hacer el mismo trabajo fuera de su casa. Ella compra los vestidos en Chicago y California. A pesar de que estaba retrasada al ordenar vestidos para las graduaciones, Torres dijo que está orgullosa de formar parte de un creciente número de negocios latinos.

Gale Summerfield, profesor de estudios sobre la mujer en la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, realizó una investigación en el área de Rantoul, a las afueras de Champaign. Ella considera que la autonomía financiera contribuye al fortalecimiento de la comunidad.

Hay fuentes de resistencia que se encuentran fuera de Beardstown.

En Rantoul, una comunidad cerca de una base de la Fuerza Aérea que cerró 1993, Martha González, fundadora y directora ejecutiva del Centro Comunitario Multicultural, habló acerca de la fe de las personas como una fuente adicional de fortaleza.

“Es su fe, nada más”, dijo ella, hablando de los trabajadores migrantes y sus hijos a los que sirve su organización.

Por su parte, Gladys Ramírez se mudó desde Houston y terminó trabajando en los desiguales surcos de maíz de la planta Pioneer Company. El ardiente sol caía a plomo sobre ella durante las últimas etapas del embarazo de su cuarto hijo.

“Fue horrible”, dijo, y agregó que muchas veces quería parar. Pero pensó en sus hijos y el futuro mejor que buscaba para ellos, y siguió trabajando.

Ramírez explicó que sus padres le inculcaron el deseo de superarse.

Al hacerlo, se basó en una de las fuentes más básicas de la resistencia para muchas personas, según Weine. “Una gran cantidad de investigaciones muestran que la familia es el mayor ingrediente de resistencia social. Pero, de nuevo, las familias no pueden hacerlo solas, necesitan la ayuda de las comunidades y organizaciones”.

Pero incluso con estas múltiples fuentes de fortaleza, el miedo persiste cinco años después de la redada.

Varios trabajadores con los que hablamos no quisieron ser identificados por temor a represalias en Cargill, el empleador predominante en Beardstown.

Por su parte, Sabina Torres, dijo tajantemente que “no hay seguridad”.

Torres, quien tiene dos nietos y una sonrisa fácil, ha trabajado en diferentes cargos desde que llegó a Cargill en 1999 después de trabajar durante años recolectando frutas y vegetales en California y Arizona.

Flores dijo que el sentimiento de vulnerabilidad surge también por la sensación interna de haber llegado a un país sin una instancia legal y como se trata el sistema de inmigración a los inmigrantes de México y Centroamérica.

“Psicológicamente, se sienten los indocumentados”, dijo, hablando al final de un largo día.

Weine dijo que un sentido de resistencia en una zona no necesariamente se transfiere a otro, sino más bien es impredecible y depende de la interacción de un número de factores.

El deseo de ser financieramente independiente es parte de lo que motiva a Pedro Urquiza, propietario de La Familia, una taquería en la plaza central de Beardstown. El flujo de clientes sigue constante aunque el local supuestamente se cierra a las 9 pm. Cansado después de un día de organizar a la gente, Flores entra y habla con la hermana Magdalena Serrano Paz, una monja que viaja a la comunidad desde Springfield. Una joven se cuela para comprar un poco de comida para llevar.

Urquiza, que abrió el restaurante en 2009, trabajó y vivió durante 15 años como cocinero en Chicago antes de mudarse a Beardstown.

“Cuando trabajamos para Cargill, hacíamos dinero para ellos”, dijo Urquiza. “Al trabajar para nosotros, hacemos el dinero para nosotros”.

Jeff Kelly Lowenstein escribió esta historia con la asistencia del “Dennis A. Hunt Fund for Health Journalism”, fondo administrado por “The California Endowment Health Journalism Fellowships”, un programa de la escuela de periodismo “USC’s Annenberg School for Communication & Journalism”.