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Por Lucía Leal

WASHINGTON, EEUU –

El presidente de EEUU,

Barack Obama, y su rival republicano Mitt Romney

se enfrentarán este miércoles en su primer debate presidencial, una tradición capaz de propulsar las campañas como de hundirlas por un solo desliz bajo los focos.

Cuando se sitúen frente a sus respectivos atriles en la Universidad de Denver, Colorado, Obama y Romney aspirarán a tener la suerte de John F. Kennedy en el primer debate televisado de 1960, cuando su oponente Richard Nixon le entregó en bandeja un importante impulso en las encuestas con su apariencia incómoda y su rostro sudoroso.

A lo largo de la historia,

los debates presidenciales han sido decisivos

para terminar de perfilar en la mente del votante el verdadero carácter de un candidato al que normalmente ven parapetado detrás de un discurso que otros han redactado.

En vivo aquí, a partir de las 8 pm CT, el primer debate presidencial

La espontaneidad a la que obliga el debate ha deparado momentos de esplendor a los candidatos, pero también ha magnificado sus puntos flacos hasta convertirlos en momentos clave en su carrera.

No fue hasta 16 años después de que Nixon sucumbiera ante Kennedy que otros dos candidatos se expusieron al escrutinio de los focos: en 1976, el presidente Gerald Ford retó a su rival demócrata, Jimmy Carter, a un duelo televisado, en el que una sola frase del mandatario le costó la reelección.

“No hay ninguna dominación soviética en el este de Europa”, aseguró Ford, en una aparente desconexión con la política internacional que “para la mayoría de los televidentes, se convirtió en algo muy importante”, recuerda el editor jefe de The Wall Street Journal, Gerald F. Seib, en un documental elaborado por el diario.

Cuatro años más tarde, fue Carter quien buscaba la reelección y quien se estrelló en un único debate ante un Ronald Reagan que, apoyado en su buen porte, repetía a la audiencia la misma pregunta: “¿Está usted mejor que hace cuatro años?”.

Reagan consiguió también prevalecer en su debate de 1984 contra el demócrata Walter F. Mondale, quien insistía en hacer de la edad del entonces presidente, 73 años, un obstáculo para su reelección.

“No voy a explotar, por razones políticas, la juventud e inexperiencia de mi rival”, replicó Reagan, en un alarde de superioridad moral que caló entre los votantes y, según admitió después el propio Mondale, acabó con su campaña “esa misma noche”.

Si Reagan supo hacer brillar su fortaleza, otros, como el candidato demócrata en 1988, Michael Dukakis, perdieron la batalla simplemente por dejar claras sus convicciones.

Dukakis reiteró su oposición a la pena de muerte justo cuando el moderador del debate le preguntó si pediría esa condena en caso de que un hombre violara y matara a su mujer, Kitty, en un momento que reforzó su imagen de tecnócrata frío, según los historiadores.

El republicano George H. W. Bush llegó entonces a la Casa Blanca, pero cuatro años después tuvo que enfrentarse a la destreza política del demócrata que le desbancaría, Bill Clinton.

En un debate que incluía preguntas del público, Clinton se levantaba de su silla y se acercaba a la audiencia para hablarles, mientras Bush miraba su reloj impacientemente, supuestamente para demostrar que su rival se había excedido en su tiempo.

“Ese gesto se integró con la imagen de que tenía poco interés o paciencia con los estadounidenses que sufrían durante la recesión”, escribió Julian Zelizer, profesor de Políticas en la Universidad de Princeton, en la web de la cadena CNN.

El que fuera vicepresidente de Clinton, Al Gore, vio perjudicada en 2000 su ajustada carrera contra George W. Bush al suspirar constantemente en las intervenciones de su rival, un pequeño detalle que transmitió “arrogancia” a muchos votantes, según Zelizer.

El propio Obama no ha conseguido plasmar en los debates el mismo carisma que caracteriza sus discursos, y durante las primarias se mostraba tan distante que “parecía que pensara que los debates no importaban”, indicó a la revista GQ John Tippi, que asesoró al aspirante a la presidencia John Edwards.

Algunos analistas, como Zelizer, creen que el impacto real de los debates se exagera, y que son “muy pocos los que marcan una diferencia enorme en la dinámica de campaña, salvando excepciones en las que la carrera estaba muy ajustada, como en 1960 o 2000”.

Para otros como Steve Schmidt, ex asesor del candidato presidencial republicano John McCain, los debates son “lo que verdaderamente determina una campaña presidencial entre los votantes indecisos”, según apuntó a GQ.

Incluso hoy en día, cuando se diseñan en constante negociación con las campañas y se encorsetan en un rígido formato, los debates siguen deparando sorpresas, con la única diferencia de que cualquier mínimo error está abocado a ser reproducido en YouTube, día y noche, hasta el mismo día de las elecciones.