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Varios pasajeros esperan el tren en una estación del barrio de Brooklyn, en Nueva York. ROBERT STOLARIK | NYT
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Varios pasajeros esperan el tren en una estación del barrio de Brooklyn, en Nueva York. ROBERT STOLARIK | NYT
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Por Matt Flegenheimer

NUEVA YORK –

Ya entrada una mañana de diciembre en 2005, Tracy Moore detenía su tren R en la estación de la calle Steinway en Queens. Es un tramo inclinado de la vía, ondulante “como una montaña rusa”, dijo Moore. Viajaba más o menos a 50 kilómetros por hora.

Había un hombre, quizá de 1.60 metros de estatura, bien peinado y con camisa blanca y chaqueta formal. Ella notó su presencia de inmediato, pero no a tiempo. Él saltó.

Al siguiente momento, el contacto del hombre con la vía electrificada fue todo lo que sería capaz de imaginar cuando iba a la cama durante los seis meses siguientes. Dijo que era incapaz de dormir durante más de dos horas seguidas.

“Siempre lo veía, ¿sabe?”, dijo Moore, de 45 años, de Staten Island. “Lo veo vivo y…”.

El mes pasado, los casos de dos hombres que fueron empujados a su muerte sobre las vías han dirigido la atención sobre el resultado más desgarrador del sistema del tren subterráneo. Sin embargo, para los hombres y mujeres que operan los trenes de la Ciudad de Nueva York, estos episodios representan una ocasión para incluir a dos nuevas personas en una sombría fraternidad con cientos de miembros. Con docenas de personas saltando y cayendo a su muerte en las vías cada año, cualquiera de los 5 millones de pasajeros que viajan en el tren de la ciudad cada día puede esperar que será llevado por alguien que ha visto, oído o incluso sentido a alguien pereciendo justo frente a sus ojos.

Incluso décadas más tarde, destacan los operadores, las imágenes son vívidas. El tipo delgado con la chaqueta y corbata, doblando sus rodillas al extremo de la plataforma. La juerguista que tropezó sobre las vías al amanecer, tambaleante con su mejor atuendo, incapaz de saltar para alejarse a tiempo. Un brazo que se extiende hacia arriba, lleno de esperanza, para luego desparecer en un instante.

“Con lo cruel que pudiera sonar, para el individuo ya terminó”, dijo Curtis Tate, ex operador cuyo tren golpeó y mató a un hombre en 1992. “Para el operador del tren, apenas empieza”.

En 2012, en Nueva York murieron 55 personas después de haber sido impactadas por trenes del subterráneo, ocho muertes más respecto a 2011. Este año ya empezó con una nota oscura. Aproximadamente a las 5:20 am del 1 de enero, informó la policía, una mujer de la cual se cree que ronda los 20 años yacía en las vías en la calle West 34. Un tren en dirección al norte la mató.

Muchos trabajadores involucrados en golpes fatales pueden necesitar varios meses para regresar si se ausentan con compensación, mientras se recuperan del trauma u otras condiciones psicológicas. Algunos nunca regresan a sus empleos y buscan transferirse a puestos como agentes de estación u otros puestos fuera de las vías. Incluso se retiran si ya trabajaron muchos años.

El Sindicato de Trabajadores del Transporte dijo que el operador en la punta durante el primer caso de un empujón el mes pasado -cuando Ki-Suck Han, de 58 años, murió debajo de un tren el 3 de diciembre- aún no regresaba al trabajo. El operador conducía el 27 de diciembre, cuando Sundando Sen, de 46 años, fue aventado al camino de un tren en la estación de la calle Lowery 40, regresó a trabajar el jueves, informó el sindicato.

Howard Rombom, psicólogo con sede en Long Island que se especializa en casos fatales del tren subterráneo, dijo que un obstáculo en las primeras etapas para los operadores es reconocer que no fue su culpa. “Los operadores del tren entienden que existe la posibilidad de que eso vaya a ocurrir en su carrera”, dijo. “No es una ocurrencia inusual que los vuelva especiales”.

Algunos, incluido Moore, han asistido a grupos de apoyo para operadores involucrados en muertes.

Muchos pacientes también son atendidos con terapia de insensibilización, dijo Rombom, particularmente si son incapaces de regresar al trabajo rápidamente. Al principio, Rombom pudiera pedirles a los pacientes que entren al sistema del subterráneo, pero no necesariamente que viajen en un tren. Después, pudiera sugerirles que prueben viajar en el tren. Más tarde, si el paciente está cómodo, puede viajar en la parte delantera del tren. Con frecuencia, destacan algunos operadores, el trauma no se asienta sino hasta después de que se han completado los primeros pasos del procedimiento.

Un operador sabe poner el tren en un alto de emergencia. Si el tren está total o parcialmente en la estación, se permite que los pasajeros desciendan. El operador informa del choque al centro de mando de la Autoridad de Transporte Metropolitano, que le quita la electricidad a la vía.

Kevin Ortiz, portavoz de la autoridad, dijo que a menudo se pedía a los operadores que “observaran los resultados del impacto” -la macabra escena en la vía- para que pudieran comunicarse con los prestadores de primeros auxilios con respecto a la condición del pasajero y empezar a ayudarles a los investigadores a reunir información tras una muerte. Además, se prevé que presenten pruebas de orina para detectar drogas o alcohol dentro de dos horas. Pero, a veces, esta programación se pone de cabeza por el estado psicológico del operador. Mike Casella, de 59 años, de Queens, dijo que después de que su tren golpeara y matara a un hombre hace 25 años, el impacto del accidente ocasionó que él perdiera toda sensibilidad debajo de la cintura. Casella fue hospitalizado durante un día. Otros han sufrido efectos más sutiles: una marca ligeramente pasada por alto en la estación donde ocurrió su choque, donde la concentración puede ser escurridiza; una acrecentada aversión a pasajeros adolescentes que, en broma, amenazan con derribar a sus amigos de la plataforma; un ojo atento a “matadores de plataforma”, como se conocen entre los operadores: pasajeros cuyas cabezas o extremidades cuelgan por encima de las vías mientras el tren se aproxima, sólo para ser retiradas al último instante.

Moore dijo que su condición relacionada con el sueño la obligaba a recurrir a sedantes como Ambien, pese a un viejo desagrado hacia fármacos de prescripción. Ella no regresó a trabajar durante casi un año.

Menos de dos semanas después de que lo hiciera, dijo, estaba operando otro tren, viajando a través de un túnel en Queens a más de 50 km/h. Le preguntó al supervisor si podía desacelerar. “Él dijo: ‘Señorita Moore, desacelere si quiere desacelerar'”, recordó.

Unos momentos después, mientras ella detenía el tren en una curva, un trabajador de la vía la estaba viendo hacia arriba. Saltó a la seguridad apenas a tiempo.

“Si yo no hubiera desacelerado, él definitivamente habría terminado muerto”, dijo. “Quizá fue mi sentido interior. Dios sabía que no podría soportar otra de esas cosas. Habría terminado en el manicomio”.