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COPPERAS COVE, TEXAS –

Omar González siempre fue popular en la privada del tranquilo suburbio donde vivía cerca de Ft. Hood. “¡Omar, Omar!”, se escuchaba a los niños mientras corrían a la puerta de su casa. Pero en algún momento, los vecinos de este condecorado veterano empezaron a preocuparse.

David Haslach, un sargento del Ejército que vivía a tres casas, le llamó varias veces hasta que fue a tocarle a su puerta. Quería saber qué había hecho González con su teléfono. “Está en el microondas”, le respondió González. El gobierno intentaba vigilarlo.

González empezó a “perder el juicio”, dijo Haslach. El veterano instaló detectores de luz sensibles al movimiento y revisaba la tierra fuera de su casa en busca de huellas. Tras el invierno de 2013, González se fue del vecindario sin dar explicaciones. “No quería que nadie supiera a dónde iba”, añadió Haslach.

González reapareció el viernes cuando brincó rápidamente la reja de la Casa Blanca y atravesó corriendo el jardín, hasta llegar a las puertas norte antes de ser atrapado por agentes del Servicio Secreto.

Inmediatamente después, el incidente se enfocó en si la seguridad en la Casa Blanca es confiable. Pero el estatus de González como un veterano afligido -y lo que se sabe de su vida tras ir a combate- sirve como recordatorio de que el gobierno batalla para procurar a sus soldados con historias de traumas gras el despliegue en Irak o Afganistán.

Según cálculos, hasta un quinto de los 2.6 millones de tropas que sirvieron en esas guerras sufren de estrés postraumático o depresión. González fue atendido por ambos.

En entrevista con sus familiares y conocidos, sugieren que este boricua de 42 años se desilusionó gradualmente de las guerras, el ejército y la atención que recibía por parte del atribulado Departamento de Asuntos para Veteranos.

Hijo de un veterano de la Guerra de Corea, González pasó su infancia entre Puerto Rico y el sur de California. Jugaba por horas con soldaditos y su sueño era unirse a las fuerzas armadas.

Tras obtener su diploma en la secundaria Orange y pasar varios años en Puerto Rico, se enlistó en el Ejército en 1997. González completó su servicio en 2003, pero se reenlistó dos años después ante el creciente compromiso de EEUU en Irak.

Fue destacado en Irak en 2006, donde operaba una ametralladora calibre .50 montada en un Humvee. En un incidente desgarrador que contó a su familia, González dijo que él y un amigo fueron objeto de disparos por parte de un francotirador durante más de ocho horas entre dos vehículos en el área de Bagdad.

González envió a casa una foto de la única botella de Gatorade que ambos compartieron durante la odisea. González no asistía a la iglesia con frecuencia, pero conforme las guerra se alargaban intentó encontrar a Dios, indicaron sus familiares.

González se decía orgulloso de prestar servicio, pero al igual que muchos soldados,comenzó a perder fe en la misión, dijeron sus familiares. Eventualmente, González llegó a la conclusión de que el propósito de la guerra eran “solo bombardeos, patrullajes y matar gente”, dijo su hermano, quien no quiso que su nombre se publicara debido a la investigación que lleva a cabo el Servicio Secreto.

González salió de Irak a principios de 2008, según documentos militares. Los familiares dijeron que su Humvee fue atacado con un explosivo cerca de Bagdad y que sufrió heridas que eventualmente, junto con otros problemas, terminaron que la amputación parcial de un pie. González fue transferido a trabajos administrativos en Ft. Hood hasta que se otorgó el retiro médico en 2012.

En casa, González pasó de ser un bromista que hacía reír a cualquiera a un poseído que sólo hablaba de cómo “‘ellos’ lo vigilaban, ‘ellos’ querían envenenarlo”, dijo Samantha Bell, su ex esposa quien dice que lo dejó cuando ya no pudo soportarlo más.

González comenzó a dejar pistolas detrás de cada puerta en su casa y llevaba otra en la cintura.

Bell dice que una vez despertó en mitad de la noche y él estaba de pie, observándola.

“Se veía triste todo el tiempo. …Se quedaba de pie y como que quería llorar”, dijo.

Además de sus heridas mentales, contó su familia, González sufría de pesadillas e insomnio -síntomas comunes del estrés postraumático- y tomaba antidepresivos y antiestresantes.

Peros sus problemas mentales parecían complicarse. En los documentos de la corte presentados el sábado, los fiscales indicaron que González dijo al Servicio Secreto que “estaba preocupado de que la atmósfera iba a colapsar y que necesitaba dar información al Presidente de EEUU para que pudiera alertar al pueblo”.

Bruce Kagan, psiquiatra de UCLA y West Los Angeles VA, dijo que tales delirios no son por lo general síntoma del estrés postraumático. En casos aislados, la psicosis puede ocurrir en casos severos de depresión.

Los vecinos de González en Copperas Cove dijeron que parecía estar bien al principio tras servir en el Ejército, aunque caminaba con bastón y utilizaba un soporte en la espalda.

“Era uno de esos chicos que haría cualquier cosa por ti -muy amigable”, dijo Haslach, de 40 años, quien también sirvió en Irak.

González era un imán para los niños, quienes con frecuencia le visitaban, pero González confesó a Elke Warner, de 49 años, una oficial de correccionales vecina suyo, que los niños de hecho le molestaban.

“Me dijo que los niños le ponían nervioso, que cuando estaba en combate, los niños tenían bombas pegadas al cuerpo”, contó Warner.

González nunca salía desarmado, le dijo, incluso cuando caminaba a sus perros.

En algún momento, Warner comenzó a llevarle comida cuando notó que perdía peso y que vivía sin luz ni calefacción. Warner lo vió por última vez en el parque, donde dijo que le contó que vivía en su camioneta en un campamento de Ft. Hood.

Ante sus familiares y amigos se quejaba con frecuencia sobre Asuntos para Veteranos. Desbordados por un masivo retraso en reclamos por discapacidad, pasó más de un año para que empezara a recibir su compensación mensual para atender sus condiciones médicas, indicó su hermano.

González también estaba frustrado por las largas esperas para recibir tratamiento.

“Se siente que me doy con la cabeza contra la pared”, recordó que le contó su hermano. “Le dijimos que hablara con alguien en Ft. Hood y ver si podían hablar con su psicólogo”.

No está claro dónde recibía tratamiento, pero el centro médico de Asuntos para Veteranos más cercano a Copperas Cove está ubicado a una media hora de la ciudad de Temple.

Esa instalación es una de varias en el país implicadas en un escándalo sobre accesoa cuidado médico y manipulación de dados para encubrir las largas esperas.

Algunos han testificado que actuaban bajo presión de superiores quienes obtenían bonos si podían hacer parecer que los pacientes eran atendidos a tiempo.

El escándalo llevó en mayo a la renuncia de Eric K. Shinseki como secretario de Asuntos para Veteranos. Pero el problema está lejos de resolverse.

La semana pasada, funcionarios de Asuntos para Veteranos bajo un fuerte ataque en una audiencia congresional en la cual reconocieron por primera vez que los retrasos en los servicios contribuyeron a varias muertes en la oficina de Asuntos para Veteranos en Phoenix, donde comenzó el escándalo.

Muchos de los retrasos en Asuntos para Veteranos es debido al creciente reconocimiento de estrés postraumático y otros problemas de salud mental.

El estrés postraumático es una de las condiciones de más rápido crecimiento en el sistema de Asuntos para Veteranos. Más de 650,000 veteranos -incluidos 350,000 de la era de Vietnam y 225,000 de las guerras recientes- reciben pagos mensuales por discapacidad debido a esa enfermedad.

La familia de González dijo que el Servicio Secreto indicó que podrían proporcionarle ayuda.

De momento, no obstante, ayudan a acusarlo. González tiene programado comparecer en corte este lunes acusado de ingreso ilegal al complejo de la Casa Blanca mientras portaba un arma -una navaja de 3.5 pulgadas en uno de sus bolsillos.

“Ni siquiera el mismo Omar sabía que su condición era tan mala”, dijo su hermano. “Pero nosotros sabíamos. Está tan enfermo que no puede pensar razonablemente”.

-Este texto fue escrito por Molly Hennessy-Fiske, Louis Sahagun, Matt Pearce y Alan Zarembo