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El primer ministro israelí Benjamin Netanyahu saluda a simpatizantes en la sede de campaña de su partido Likud en Tel Aviv, el miércoles 18 de marzo de 2015. ODED BALILTY/AP
Oded Balilty / AP
El primer ministro israelí Benjamin Netanyahu saluda a simpatizantes en la sede de campaña de su partido Likud en Tel Aviv, el miércoles 18 de marzo de 2015. ODED BALILTY/AP
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JERUSALÉN –

Con la aparente reelección de Benjamin Netanyahu, Israel se enfila hacia un enfrentamiento cada vez más fuerte con el mundo. Su Partido Likud depende de los ultranacionalistas para formar una coalición de gobierno, lo cual no augura estabilidad ni medidas audaces para lograr la paz en el Medio Oriente.

Comienza un período de negociaciones. Aun con el apoyo de aliados derechistas y religiosos, el Likud de Netanyahu tiene 57 de las 120 bancas del parlamento. Debe atraer a Moshe Kahlon, un debutante en los primeros planos de la política israelí. Kahlon se fue del partido nacionalista Likud hace dos años, después de reñir con el primer ministro, adoptó un programa vagamente centrista y coqueteó con la Unión Sionista de Isaac Herzog, una agrupación moderada. Si es, como dice, un no alineado, podría inclinar la balanza entre los bloques tradicionales de derecha e izquierda, cada uno de los cuales tiene poco menos de la mitad de la Knesset.

Muchos creen que el ex dirigente del Likud se encontraría en una posición incómoda al inclinarse por la oposición a menos que el partido de Herzog tuviera una ventaja de varias bancas sobre el partido oficialista. Las encuestas habían indicado que así sucedería, pero el recuento del miércoles mostró lo contrario: Likud llevaba ventaja de 30 a 24 bancas.

Si Kahlon apoya a Netanyahu, el intransigente premier obtendrá un cuarto período, colocándolo a la par de David Ben Gurion, el fundador de la nación.

Esto no sería un buen augurio para el proceso de paz con los palestinos o para un acercamiento entre Israel y la región, algo que parecería estar al alcance de la mano en una época en que, para muchos vecinos árabes, el miedo al extremismo yihadista puede más que la enemistad con Israel.

Durante la era de Netanyahu, Israel ha profundizado su penetración en Cisjordania, al sumar tantos asentamientos que en poco tiempo el territorio podría volverse inseparable del estado judío propiamente dicho. Sumados a los que viven en la zona ocupada y anexada de Jerusalén oriental, hay unos 600.000 judíos en tierras ocupadas.

Netanyahu ha dicho que en caso de ser reelegido no permitirá la creación de un estado palestino. Los palestinos, por su parte, afirmaron que acusarán a Israel de crímenes de guerra ante los tribunales internacionales. Una campaña de boicot a Israel parece cobrar fuerzas. Las relaciones de Netanyahu con el gobierno estadounidense del presidente Barack Obama son frías en el mejor de los casos.

El aislamiento internacional asoma sobre el horizonte.

Netanyahu es consciente de este panorama y podría tratar de atraer a Herzog para darle a su gobierno un carácter más moderado. Pero en sus exhortaciones finales a la base ha prometido no hacerlo, y el precio de Herzog probablemente sería una rotación en el puesto de primer ministro.

Kahlon aparentemente detesta a Netanyahu y sin duda tiene el poder para coronar a Herzog, un abogado descendiente de una familia venerable de fundadores del sionismo. Su plataforma y sus lugartenientes son moderados, y apoya la idea de mantener conversaciones de paz. No es inconcebible que la izquierda le ofrezca una rotación como primer ministro con tal de destronar a Netanyahu.

Este es el tema que define la política israelí desde la guerra de 1967, en la cual el estado judío se consolidó como una potencia regional pero quedó con el bagaje de los territorios palestinos ocupados de Gaza y Cisjordania. Israel se retiró de Gaza en 2005, pero para muchos ese territorio, gobernado por la milicia Hamas y totalmente bloqueado por Israel y Egipto, sigue formando parte de la ecuación.

Los partidos de izquierda quieren canjear tierra por paz y permitir la creación de un estado palestino. Dicen también que esas tierras son un pasivo porque la incorporación de millones de palestinos destruiría a Israel como estado de mayoría judía.

La derecha destaca el valor estratégico de los territorios así como su simbolismo bíblico e impulsa constantemente los asentamientos judíos. Paradójicamente, gracias a su éxito en este emprendimiento, los judíos están en camino de dejar de ser la amplia mayoría en el país.

Este es el dilema existencial de Israel, un asunto fundamental para determinar definitivamente el carácter del país y además de interés para el mundo entero. Pero después de décadas de fracasos y decepciones, los israelíes descreen de la paz y los políticos se refieren al problema palestino con evasiones, mentiras o equívocos.

La Unión Sionista es la nueva marca del otrora venerable Partido Laborista, que gobernó el país durante tres décadas a partir de su fundación, pero ganó por última vez en 1999. En ese momento resultó elegido Ehud Barak, el primer jefe de gobierno que ofreció a los palestinos un estado en la mayor parte de los territorios ocupados. No hubo acuerdo, se produjo una violenta insurrección palestina y el laborismo quedó en la ruina.

El sistema político se ha fragmentado en forma acorde con las divisiones internas del país: hay partidos de inmigrantes rusos, judíos sefardíes, judíos de diversas tendencias religiosas, sectores seculares y progresistas, la clase media europeizante y una nueva unión de partidos árabes israelíes que son, individualmente, nacionalistas, islámicos o socialistas.

Lo único que parece inevitable es que crecerán las presiones para reformar un sistema electoral que ha provocado semejante caos.