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Al crecer, recuerdo que mi padre hablaba de las dificultades de la época de la depresión. Al igual que muchas otras familias mexicanas, hicieron lo que pudieron para sobrevivir. Él era gambusino al igual que su padre y hermanos, y a veces adoloridos por el hambre, hurgaban en los vertederos de basura en busca de sobras de comida que la gente rica desechaba.

Tener un pollo para comer era motivo de celebración a pesar de que se tenía que repartir entre los 10 de la familia.

Mi padre enaltecía las órdenes ejecutivas del presidente Franklin Delano Roosevelt, las que llevaron a cabo los programas del “New Deal”. Fue así que el país se escapó de un colapso económico. Los programas de trabajo que Roosevelt inició eran la salvación para muchas familias en aquel entonces. Yo soy un producto de este legado presidencial de Roosevelt.

Independientemente de la perspectiva política en la que uno se encuentre, los programas de Roosevelt y su legado no se pueden borrar de la historia.

Al igual al presidente Roosevelt, los ataques contra las acciones ejecutivas del presidente Barack Obama en torno a la acción diferida para ciertos inmigrantes, casi le aseguran un grandioso y merecido legado. La innegable demografía de la nación lo garantiza, sin importar el resultado de estos desafíos.

En 2012, la orden ejecutiva de Obama, la

Acción Diferida para los Llegados en la Infancia

(DACA), dirigida al Departamento de Seguridad Nacional, exhorta al uso procedimientos discrecionales para evitar la deportación de aquellos individuos que durante su niñez fueron traídos sin autorización legal a Estados Unidos.

En 2014, la segunda orden ejecutiva, la Acción Diferida para los padres de los estadounidenses y residentes legales (DAPA), es la forma de aumentar esa protección a esas familias que viven diariamente con el temor de ser separados de sus seres queridos.

Estos ataques por parte de los conservadores del partido republicano no cambia el hecho de que el Presidente actuó cuando nadie más lo hizo. Viéndolo más allá del pleito político actual, estas acciones ya han tenido éxito por dar nuevo impulso al debate nacional que reitera que nuestro sistema de inmigración está roto, a pesar de ser este

un país de inmigrantes

.

Haciendo a un lado por el momento los clichés políticos, Estados Unidos aún es el destino principal de inmigrantes de todo el mundo. Se estima que

45.8 millones de inmigrantes

lo consideran su hogar, incluyendo más de

11 millones de indocumentados

. Además, en 2010 había 17 millones de niños en este país, hijos de estos inmigrantes.

En mi caso, mi madre se preocupaba de que sus hijos no fueran a ser despreciados y se aseguró de que jamás saliera de la casa sin mi vestido limpio y bien planchado, calcetines inmaculadamente blanqueados, y mi cabello bien peinado con un par de trenzas. Así fuimos criados conscientes de las injusticias que nos rodeaban. Estos son recuerdos que como hijos de inmigrantes jamás olvidaremos.

Muchos hijos de inmigrantes ayudan a sus padres en sus actividades diarias como ir a la tienda y hacer negocios. Atestiguan los temores y esfuerzos que sus padres realizan para lograr una vida digna en este país. A pesar de no serlo, nosotros sabemos lo que es ser inmigrante.

Nuestras inseguridades nos inspiraron a seguir aprendiendo y también a educar a otros. Nos sacudimos las frustraciones abrumadoras para mantener la lucha por la justicia social cuando los demás se cansaban. Estas memorias también nos enseñaron a ser tolerantes y mostrar compasión para los que siguen sufriendo por no contar con un sistema de leyes justas.

Es por esto que respetamos y honramos a aquellos que nos acompañan en esta lucha, en la cual se suma Obama con su intento de proveer mayor seguridad para familias de inmigrantes.

Los que hoy se esfuerzan a derribar las órdenes ejecutivas de Obama lo llaman “sin ley”. Roosevelt también sufrió ataques, pero al final, es recordado como un presidente noble que abogó por los pobres y marginados.

Los que conformamos la primera y segunda generación de estadounidenses, hijos de inmigrantes, somos parte de un innegable cambio demográfico que simpatiza con el presidente, a quien también le exigieron su prueba de ciudadanía. Al final, los que hemos compartido la experiencia inmigrante, recordaremos quién respondió por los necesitados, cuando nadie más lo hizo.

-Este artículo fue escrito por Anna Ochoa O’Leary, quien es profesora en el Departamento de Estudios Mexicoamericanos en la Universidad de Arizona y miembro del programa de voces públicas del

Proyecto OpEd

. Ochoa O’Leary es también compiladora de una enciclopedia de dos volúmenes sobre las experiencias de los indocumentados en EEUU.