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El Diccionario de la Real Academia define a la soldadera como la mujer que convivía con los soldados durante las campañas de guerra, la que en México es representada por las figuras de la Valentina, Adelita, Jesusita y la Rielera; una fuerza poco reconocida de la revolución mexicana.

La historiadora Eva Salgado ha presentado una serie de testimonios que se levantaron hace más de 40 años a sobrevivientes de aquella gesta y en los cuales se describe la intervención de las mujeres en el actuar diario de las tropas y cómo se vivían esos tiempos de violencia.

Esas mujeres acompañaban a las tropas pues en ellas iban sus hijos o sus maridos; se menciona que se subían de “machetonas” a los trenes, conforme describió José González, de Ciudad Lerdo, Durango: “… si iban también, unas porque eran sus hijos, otras porque eran sus maridos y ‘Que yo me quedo, y que yo me voy y…’. Pues nada más hacer bola, a exponerse también a que las mataran, pues no iban a otra cosa”.

Otros testimonios refieren cómo en las trincheras ayudaban a los hombres a cargar las armas: “Valientes mujeres aquellas las del norte, ¡verdad! (…) Yo quise mucho a la mujer soldadera de allá, era valiente como ella sola. A la hora de la batalla peleaban ellas parejo. ¡Uy! Peleaban, no mataban, pero ellas iban conociendo el manejo mientras sacaban de nuestros morrales en donde teníamos el parque, para ponerlo en el máuser y en los 30-30, los tiros, y ya seguíamos nosotros tirando. Pero ellas, si por dondequiera morían muchas, muchas de ellas murieron en batallas”. Así daba testimonio el veterano de la revolución Justino López Estrada, en 1973.

Las mujeres acompañaban por regla general a sólo un hombre y le proporcionaban alimento y compañía, sirviéndoles también como enfermeras para curar sus heridas y al momento de la lucha no se atemorizaban.

Seguían a las tropas a pie, pero en muchas ocasiones viajaban con ellos en los trenes aunque en condiciones especiales pues debido a la importancia que tenían los caballos para la batalla, los soldados y sus compañeras debían viajar en los techos de los vagones, a la intemperie.

Elena Poniatowska, en su libro “Hasta no verte Jesús mío”, en palabras del personaje Jesusa Palancares, describe esos viajes: “… era muy dura la vida en aquella época, con unas mangas de hule tapaba uno sus cosas hasta donde las alcanzaba a tapar para que no se mojaran con las lluvias. De cualquier manera yo no dejaba de mojarme. Yo traía sombrero tejano y me acomodaba lo mejor que podía. Teníamos que ir sentados todos arriba en cuclillas porque de lo que se trataba era que la caballada fuera resguardada y que tuviera comida todo el tiempo”.

El ferrocarril fue una parte importante de la vida de las soldaderas, en él parían a sus hijos y en él continuaba la vida de esos pequeños. Así lo describió el veterano de la revolución Francisco Ruiz Moreno “… sus niños los tenían en los carros caja de los trenes, que ocupaban los batallones a donde pertenecían sus maridos, por debajo de los carros hay unas varillas gruesas, en donde los soldados hacían con tablillas y alambres, muy bien asegurados, una especie de camarotes donde viajaban con su soldadera y sus hijos”.

Poniatowska, en su “La Soldadera”, describe a una de las mujeres que destacó como guerrera, fue Petra Herrera, originaria de Parral, Chihuahua, quien para poder pelear con la tropa se disfrazaba de hombre y tuvo un papel importante en la toma de Torreón de 1914, pero Pancho Villa no le reconoció mérito y esto la motivó para formar su propia tropa que empezó con 25 mujeres de a caballo y que luego llegaron a 1,000. Ellas acampaban aparte del común de la tropa y si alguien se acercaba de noche disparaban sin dar el “quien vive”. Petra luego se dedicó a ser cantinera en Ciudad Juárez al mismo tiempo que servía de espía a los carrancistas en Chihuahua. Murió a raíz de una infección que le vino de tiros que recibió al defenderse de los insultos de unos borrachos.

Poco reconocimiento recibían estas mujeres, dos casos nos relata Poniatowska que describen claramente esta situación: Valentina Ramírez, que inspiró la canción que lleva su nombre y en la que se menciona al hombre “rendido a sus pies”, murió en Navolato, Sinaloa, en la pobreza. Y Adelita, inmortalizada por la canción compuesta por su compañero de tropa Antonio del Río Armenta, trabajó por 32 años en el gobierno mexicano hasta 1963, cuando después de mucho luchar logró una modesta pensión como veterana de la revolución.

Hay otras expresiones de la presencia femenina en la revolución mexicana, la de aquellas que militaban en las organizaciones de trabajadores o grupos políticos y las que a través de la prensa llevaron su propia lucha por un cambio de gobierno, como Juana Belén Gutiérrez, quien dirigía la publicación Vesper y perseguida por su oposición al régimen porfirista, y su amiga Elisa Acuña, editora de las publicaciones Fiat Lux y La Guillotina, así como muchas otras mujeres que demostraron su valentía en campos distintos al de batalla.

En realidad estas mujeres no fueron la imagen romántica y bonita que las películas o las canciones describen, pero representaron una fuerza que impulsó la revolución mexicana aunque con mínimo reconocimiento, pues a la par que los hombres se arriesgaron en la búsqueda de un México más justo, aunque hubo de pasar medio siglo para que pudieran acudir a las urnas a elegir a los gobernantes.

Es a la fuerza de la mujer representada en esa imagen de la compañera del soldado que luchaba en la revolución mexicana, a la que por estas sencillas líneas rindo homenaje y admiración.

Sus comentarios serán bienvenidos a

mullerod@hotmail.com

. Les invito a visitar mi sitio web en

www.oscarmullercreel.com

en donde encontraran enlaces para escuchar algunas melodías que brotaron en honor de estas mujeres.

-Oscar Müller Creel es doctor en Derecho, catedrático y conferencista. Puede leer sus columnas en

www.oscarmullercreel.com