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Tarde o temprano perderemos la batalla contra el tráfico y consumo de la marihuana. Aprehenderán a los grandes capos, los extraditarán para ser juzgados en Estados Unidos. México colaborará en la lucha antinarcóticos con la ayuda económica, policiaca y militar del Tío Sam. Nos prestarán o donarán sofisticados helicópteros, aviones equipados con complejos sistemas de radar con la capacidad técnica necesaria como para detectar el vuelo de las moscas en nuestro país; cubriremos con barcos y acorazados nuestros mares patrimoniales; trabajaremos en concierto con policías internacionales y sus DEA’s y sus FBI’s; emplearemos lo más selecto y honorable del Ejército mexicano para perseguir a poderosos delincuentes, quienes cuentan con un poder económico en ocasiones superior al de muchos Estados sudamericanos; se instaurará, si acaso, la pena de muerte, para quien trafique con enervantes; se cambiarán una y mil veces las legislaciones promulgadas con el objeto de impedir el lavado de dinero, sí, sí, todo ello y, sin embargo, perderemos la batalla tal y como, por la vía de los hechos, lo reconoció Roosevelt al cancelar la famosa prohibición que sólo les convenía a los grandes gángsters. La prohibición era un espléndido negocio para unos cuantos.

Por cada narcotraficante arrestado aparecerán otros cinco maleantes más especializados. Por cada cártel que se desmantele surgirán otros diez. Por cada helicóptero o avión equipado con complejos sistemas de radar, barcos y acorazados, se construirán diez pistas clandestinas y los narcotraficantes adquirirán diez o más aviones camuflados. Mientras más se trate de impedir el lavado de dinero, más billones de dólares se lavarán de acuerdo a las más decantadas técnicas para lograrlo.

Los poderosos representantes de los intereses económicos que controlan el mercado se opondrán con todos los recursos y medios a su alcance a que concluya este multibillonario negocio clandestino dotado de un inmenso poder capaz de adquirir y corromper cualquier estructura creada para oponerse a sus criminales designios, un poder desconocido y sin precedentes en la historia económica y política de la humanidad.

Los capos lucran con el caos y la destrucción del orden institucional; se benefician con la desestabilización de las estructuras jurídicas y con la desaparición de la autoridad política o su sometimiento a la causa criminal por la vía del chantaje o de la corrupción. Ahí están la guerrilla, el terrorismo urbano, el acribillamiento de los líderes opuestos a sus intereses, el secuestro, el asesinato anónimo, el pánico citadino, la contratación masiva de guardaespaldas, las policías secretas sordas, mudas y ciegas en el marco de una involución económica con todas las amenazas sociales que implica la parálisis y la ausencia de inversiones ante la creciente inseguridad.

En 18 estados de la Unión Americana ya está autorizado el consumo de la marihuana “lúdica o recreativa”. Muy pronto se podrá adquirir a través de las mensajerías, mientras que en México contamos con 150,000 personas recluidas en las cárceles acusadas de consumirla. Invirtamos en centros de adicción en lugar de cuarteles, cárceles y escuelas policiacas. Invirtamos en médicos y enfermeras y no en soldados. Invirtamos en la creación de conciencia en la infancia de la misma forma en que se ha hecho con el tabaco. Empecemos en la escuela. La batalla está perdida. El consumo no se cancelará a balazos ni con arrestos. Aceptemos la realidad.

-Este texto pertenece a la serie Cuentos Políticos escritos por Francisco Martín Moreno, autor mexicano de libros como ‘México ante Dios’ y ‘Arrebatos Carnales’, entre otros títulos. Puedes comunicarte con él en fmartinmoreno@yahoo.com