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La primera y única vez que me encontré personalmente con Donald Trump fue en la Convención Nacional Republicana en Nueva Orleans en 1988. George W. Bush lo invitó y mucha gente especulaba entonces si Trump sería el candidato republicano a la vicepresidencia. Recuerdo que Trump, con una brillante corbata amarilla, nos dijo a un pequeño grupo de periodistas, que nunca tendría un rol político mayor que el que tenía en ese momento: Donante de dinero y personalidad nacional.

Les confieso que en ese momento sentí que algo no cuadraba con su respuesta. Como que en Trump transpiraba un sentimiento de quiero, pero no puedo.

Le perdí la vista y el interés hasta junio de 2015… el día que insultó a todos los migrantes mexicanos. Me irritó lo que dijo, pero no le di importancia porque Trump, entonces, no tenía importancia pública.

Si alguien me hubiera dicho entonces que hoy Trump iba a ser el “presunto candidato republicano” a la presidencia de Estados Unidos me hubiera reído y nunca lo hubiera creído.

Hoy nadie se ríe, porque Trump ya es importante, ya es consecuente y ahora ya es difícil que alguien lo detenga y le quite la importancia y las consecuencias que pueden tener él, sus discursos y sus acciones sobre la vida de todos nosotros en Estados Unidos.

No hay que olvidar que son millones los estadounidenses que ya le dieron su confianza y su voto. Y que al final ni Ted Cruz ni Carly Fiorina ni John Kasich ni los otros 13 precandidatos tradicionales con todos sus trucos y sus mañas, pudieron combatir y eliminar a la más extraña candidatura en la historia estadounidense.

El horror republicano

Hoy los republicanos de mayor influencia y tradición en todo el país, me dicen que están considerando formar una tercera opción. !Hablan incluso de un nuevo partido político! Están horrorizados de ver lo que muchos consideran la sacrosanta doctrina Reagan, tan muerta como las candidaturas de los políticos republicanos tradicionales.

En Washington y en todo el país, este es un espectáculo único y, al mismo tiempo, un triste fenómeno interno para el Partido Republicano, el “Grand Old Party”. ¡Los dos expresidentes Bush diciendo que no van a apoyar al candidato de su partido!

Aun así, me sorprende ver cómo sus dirigentes, adultos formados y presumiblemente inteligentes, están horrorizados de que Trump se convierta en su candidato presidencial, cuando ellos crearon su propio monstruo.

Lo peor de este espectáculo es que los dirigentes del partido, sus activistas, sus intelectuales y sus directivos son los que quieren hoy bloquear a su candidato principal. Nadie había visto algo igual en la muy convulsa historia política estadounidense.

Nadie tiene más la culpa de la candidatura de Trump que los mismos republicanos. Usualmente después de que un candidato presidencial se define, la gente con más poder en su partido se quiere reunir con él y gritar a los cuatro vientos que con su nuevo líder ganará la presidencia. Hoy, esa gente no quiere ni siquiera ser vista con Trump y, angustiados, se preguntan unos a otros: “Dios mío, qué hicimos”.

Pero permítanme por un momento dejar a toda esta gente que hoy se rasga los ropajes diciendo que Trump es un fenómeno nuevo y un agravio a la realidad, para apuntar que Trump no es un fenómeno, ni tampoco una casualidad. Es cierto que, como dicen muchos candidatos republicanos al Congreso, este “presunto candidato” está secuestrando al partido y al movimiento conservador, pero Trump no es más que el resultado y la creación del discurso y las acciones recientes y no tan recientes de su partido.

Trump es el Frankenstein de la derecha estadounidense, el monstruo que retroalimenta a un partido que desde hace mas de 25 años se ha alimenta del odio y la intolerancia.

Y ahora este Frankenstein, como el de la leyenda, ya es lo suficientemente fuerte como para destruir a su creador.

En Washington, donde la moneda de cambio de todos los días es el poder, desde hace siete años y medio la actividad preferida de los republicanos ha sido el obstruccionismo salvaje a todo lo que ha intentado hacer el presidente Barack Obama.

Todo esto fue juntando el barro con el que crearon a Donald Trump.

Lo irónico es que hoy toda esa suma de irreverencia y desprecio por lo que no sea extrema derecha, es la misma que alimentó al movimiento popular que corona a Trump como su líder nacional.

El pueblo estadounidense está cambiando

Los republicanos han basado sus acciones en la intolerancia de su partido y en el desprecio y odio por todo lo que pueda ser de origen mexicano, o en la inmigración de este grupo a Estados Unidos.

Con ese mismo tono, el partido de Lincoln y Reagan ha terminado no sólo atacando a los inmigrantes, sino también a las mujeres, a los afroamericanos, a los gays, a los transgénero, y, sobre todo, a la visión más progresista y más moderna de la gente joven del país.

Lo peor es que este ataque y este desprecio ocurre en un momento en que esos grupos forman la mayoría de la población estadounidense.

Vea usted por otro lado a toda la gente que sigue a Bernie Sanders. Esa es la gente a la que el partido republicano ha hecho a un lado por años.

Trump es el resultado, no el origen

Recuerde usted que no fue Trump el que inició los ataques institucionales a los inmigrantes -legales e indocumentados. Hace cuatro años, Mitt Romney fue el candidato de la estructura tradicional republicana, que les dijo que se autodeportaran.

Recuerde también que fueron los expertos y los intelectuales del Partido Republicano quienes estuvieron siempre listos para golpear cualquier legislación que el presidente Obama presentara, no sólo sobre inmigración, sino sobre cualquier tema.

¿Qué ocurre cuando pone usted a la xenofobia y a la intolerancia como el atractivo de un partido? Pues simplemente que se atrae a los xenófobos y a los intolerantes… que todavía son muchos en EEUU.

Y, por si fuera poco, está el odio a Obama por ser afroamericano y por ser presidente.

Es cierto que Obama es culpable de hacer un trabajo deficiente en algunos aspectos… pero eso no justifica estar en contra de él en todo y para todo.

Ahora el Partido Republicano y sus dirigentes se asustan al ver cómo avanza su propia destrucción a manos del Frankenstein que ellos mismos crearon.

Una crisis oscura y paranoica

La gente que sigue al magnate está “enojada” y molesta por el estancamiento de los salarios; porque sus empleos se fueron y se siguen yendo a México, China, India y Brasil.

Pero que conste que este es un enojo que los mismos republicanos le inculcaron a los blancos.

Hoy el partido republicano cosecha el fruto del odio y la intolerancia que él mismo partido inyectó a su propia revolución. Y ahora los líderes del partido intentan detener a Trump, cuando el tiempo para lograrlo se agota.

¿Detenerlo, es aún posible?

Algunos líderes republicanos y expertos hoy piden detener al precandidato, pero recuerde usted que estos líderes son los mismos que no hace mucho tiempo le tendían las alfombras rojas de bienvenida al partido republicano.

Son los mismos que decían que el punto de vista de Trump les traería una enorme contribución al debate político nacional.

Ellos, los mismos que hoy no saben qué hacer con Trump, se olvidan que fueron ellos también quienes se negaron a atacarlo por temor a alienar a sus seguidores.

Esta lección es histórica: El fuego que el Partido Republicano encendió en protesta por un presidente afroamericano, es el mismo del que nació Trump, y es el mismo que ahora amenaza con destruir a su creación. Lo peor de todo es que hoy ya podría ser muy tarde.

Ahora lo dejo que usted mismo responda a la pregunta. ¿Y detenerlo, as aún posible?

Guzman2tvazteca@aol.com

Twitter: @armandoreporta