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Enrique Peña Nieto, presidente de México, durante su pasada visita a Canadá. BRENDAN SMIALOWSKI/AFP/Getty Images
BRENDAN SMIALOWSKI / AFP/Getty Images
Enrique Peña Nieto, presidente de México, durante su pasada visita a Canadá. BRENDAN SMIALOWSKI/AFP/Getty Images
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El daño ya estaba hecho. La aparición de la tristemente célebre mansión conocida como la Casa Blanca en las primeras planas de la prensa y la masiva difusión de su sospechosa existencia en las redes sociales en razón del enorme precio del inmueble, lastimó, severamente, la imagen pública del presidente Enrique Peña Nieto. Me atrevo suponer que bien pudo haberle envenenado la Presidencia misma. Si una propiedad de semejantes dimensiones en poder de un funcionario público o de su familia, ya despertaba justificadas sonrisas sardónicas en la ciudadanía, la explicación de la señora Angélica Rivera vertida en los medios no dejó satisfecha, en modo alguno, a la sociedad y menos, mucho menos, lo fue la designación de Virgilio Andrade, un triste bufón carente de la más elemental dignidad, como secretario de la Función Pública, como encargado de llevar a cabo una investigación mediante la cual se trataría de evidenciar la inocencia o la culpa de la pareja presidencial. Los promotores de las redes sociales incontrolables y sarcásticos lanzaron a diestra y siniestra todo género de burlas e ironías en torno al suceso que, lejos de aclararlo y olvidarlo, incendiaron aún más al electorado que aplaudió socarronamente los denuestos hasta hartarse. La investidura presidencial, sí, en efecto, estaba tocada y su reparación llevaría tiempo, además de ejemplos concretos para provocar la reconciliación nacional. Lamentablemente éstos nunca se dieron.

¿Qué acontece ahora? El jefe de la nación ofrece disculpas y pide perdón ante un pueblo enojado, frustrado y sumamente irritado, calificativos eufemísticos para no herir la exquisita sensibilidad de mis dos lectores, como decía Germán Dehesa, mi querido hermano. El presidente se vuelve a equivocar. Uno: No era conveniente venir ahora a arrancarse las costras y volver a sangrar abriendo de nueva cuenta una herida en proceso de cicatrización después de tanto tiempo de explicaciones ingrávidas y de investigaciones inicuas. Dos: ¿Por qué pedir perdón si él mismo confiesa que actuó invariablemente dentro de la ley? ¿Disculparse porque el público tuvo una percepción equivocada?

Peña Nieto estuvo, otra vez, mal aconsejado. Quienes le asesoraron salir a los medios, ¿no imaginaron que someterían a su jefe a una abrumadora y salvaje picota pública? ¿A nadie se le ocurrió que las redes sociales, ávidas de venganza, sepultadas en el resentimiento mucho más que justificado, atenazadas por el rencor, hundidas en el escepticismo, un pueblo que grita airadamente justicia, justicia, justicia, le iba a contestar con caricaturas demoledoras que no tardarán en salir en los teléfonos inteligentes para dañar aún más la figura presidencial? Si el presidente está tan harto como la sociedad de la corrupción que devora a México como un feroz cáncer por los cuatro costados, entonces tendría que haber vetado el artículo 29 de la ley 3de3 y aún más, todavía cuenta con una oportunidad de oro para demostrar su indignación. ¿Cómo? Encerrando en la cárcel a los Javier Duarte, exgobernador de Veracruz, y a

Roberto Borge, gobernador de Quintana Roo, entre otros tantísimos más que han defraudado el tesoro público. Una fotografía de esos sujetos encarcelados que tanto lastimaron al Partido Revolucionario Institucional e irritaron a la ciudadanía produciría efectos mucho más gratificantes que mil perdones por la Casa Blanca que los contribuyentes ya habíamos archivado en nuestros registros contables de rencores políticos… ése es el camino para empezar a reparar la imagen presidencial.

-Este texto pertenece a la serie Cuentos Políticos escritos por Francisco Martín Moreno, autor mexicano de libros como ‘México ante Dios’ y ‘Arrebatos Carnales’, entre otros títulos. Puedes comunicarte con él en fmartinmoreno@yahoo.com