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Bernie Sanders, excandidato presidencial demócrata, durante una conferencia de prensa previa a la Convención Nacional de su partido que se celebró a finales de julio en Pennsylvania. JEFF J. MITCHELL/AP
Jeff J Mitchell / Getty Images
Bernie Sanders, excandidato presidencial demócrata, durante una conferencia de prensa previa a la Convención Nacional de su partido que se celebró a finales de julio en Pennsylvania. JEFF J. MITCHELL/AP
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Sentía la apremiante necesidad de hacer ese regalo. Las época navideña nunca ha sido de mi agrado, pues la gente pierde el espíritu de convivencia y hasta se vuelve insolente, por la presión mercantilista de esos días. Pero este era un caso especial, Aurelio y yo fuimos amigos durante nuestra infancia y los primeros años de nuestra juventud, hasta que acudimos a la universidad y cada uno fue tomando su rumbo por la vida. Pero ahora había vuelto a saber de él y quería hacerle un regalo.

Siempre le había gustado la Crema de Tequila y el impulso me llevó al banco, debía sacar dinero del cajero automático, pues en la licorería no aceptaban más que efectivo. Ahí me encontré con el primer obstáculo: Las filas de personas eran propias de la época navideña, había no menos de diez de ellas en cada una, por lo que, resignado, me formé y me armé de paciencia.

Casi 30 minutos después llegó mi turno, pero al acercarme a la pantalla, esta cambió de color y del típico azul se transformó en un verde oscuro. Aun así, procedí a insertar el plástico, marque la clave y pulse las instrucciones para retirar 1,500 pesos. Pero lo que la máquina hizo fue arrojarme un documento por la ranura, me agaché a tomarlo y me encontré con que era una copia de mi acta de nacimiento.

¿Qué pasaba? Había acudido a un banco a sacar dinero y lo que obtenía era un documento que no había pedido. Debía ser un error. De nueva cuenta hice todo el proceso y el resultado: El mismo. ¡Yo necesitaba dinero, no mi acta de nacimiento!

Había tardado tanto que la gente formada detrás de mí se desesperó y se formó en otras máquinas. Por fortuna, al voltear me encontré con una empleada del banco a quien le expuse mi problema, ella acudió amablemente conmigo al cajero y al verlo me explicó:

“Es que usted debe apretar este botón para seleccionar si desea que el cajero le expida su acta de nacimiento o dinero en efectivo” me dijo, amablemente, mientras presionaba el botón indicado y la pantalla del expendedor volvía a su color azul típico.

Vaya sorpresa me llevé con los adelantos tecnológicos. Ahora en los bancos ya puedes obtener una copia de tu acta de nacimiento además de dinero y, según me explicó la cajera, hasta podrías obtener un acta de divorcio.

“Por ahora no, tal vez en unas vidas más”, le dije.

Volví a hacer de nuevo el proceso para obtener dinero y surgió otra sorpresa: Mi saldo era de 800 pesos y la Crema de Tequila costaba el doble. Resignado, saqué el dinero, pensando: Le regalaré a Aurelio una botella de tequila blanco, es muy sabroso y estoy seguro le gustará.

Saqué el efectivo del cajero y me disponía a abandonar el banco cuando fuertes campanadas dieron la hora, era el mediodía y mi tiempo de descanso se había terminado, ya no tendría tiempo de ir a la licorería, comprar el regalo y enviarlo a Aurelio.

En eso se me acercó un hombre ya mayor, quien amablemente se ofreció a comprar el tequila y enviarlo a Aurelio. ¿Me habría leído el pensamiento?

A pesar de no conocerlo, decidí confiar en él y le entregué el dinero.

Curiosamente las campanas -¿del reloj del banco?- seguían sonando y empezaban a desesperarme. Fue entonces cuando desperté, todo había sido un sueño y las famosas campanadas no eran otra cosa que la alarma de mi celular que me indicaba la hora de despertarme.

Al ir pasando de ese momento de estupor, que te deja un sueño vívido, a la realidad, caí en la cuenta que nada de eso había pasado. Estaba en el día último del año y hacía décadas que no sabía de Aurelio.

Terminé de despertar, hice mi rutina y fui al trabajo; salí temprano y me regresé a la casa y me dediqué a ayudar a mi esposa con los preparativos de la cena; habíamos invitado a tres parejas para festejar la noche de fin de año, con nosotros.

Apenas habíamos concluido cuando llegaron los primeros invitados, saludándonos con el aprecio que brota hacia los demás en estos días; diez minutos después, llegó la otra pareja, pero luego de 20 minutos de espera decidimos empezar la cena. Estábamos a punto se sentarnos, cuando sonó el timbre y fui a abrir, eran los amigos faltantes, Gustavo y Martha.

“Disculpa la tardanza”, me dijo Gustavo. “No queríamos llegar con las manos vacías y decidí parar en una tienda para traerles esto”. Extendiendo la mano y puso en la mía una botella de Crema de Tequila.

No pasaba de mi asombro cuando sonó el teléfono y contesté:

“¿Oscar?”, dijeron del otro lado de la línea. “Soy Aurelio, ayer me encontré con una persona que te conoce y me hizo el favor de pasarme tu número de teléfono. No quise desaprovechar la oportunidad para agradecerte el regalo que me enviste para navidad esa noche brindamos con Crema de Tequila y esta también lo haremos”.

Ya se imaginará, estimado lector, la sorpresa que me llevé. ¿Realmente había sido un sueño o un milagro?

Este 2017, deseo a todos mis apreciados lectores que esté lleno de esos pequeños milagros que van formando el gran milagro de la vida.

-Oscar Müller Creel es doctor en Derecho, catedrático y conferencista. Puede leer sus columnas en

www.oscarmullercreel.com