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Comúnmente utilizado, pero raramente pensado, el término “ciudadano mundial” es una de esas frases que pulula el ambiente de variadas mesas, sin importar el contexto, raza o clase social. Pareciera que este es calificativo que habíamos esperado, como a un mesías léxico que prometía uniformarnos a todos los habitantes de la Tierra bajo un mismo nombre. Una verdadera realización del sueño de los demócratas atenienses, pasando por los hombres de la ilustración y llegando a los redactores de las actuales cartas magnas que intentan igualar a los seres. Con la noción de una ciudadanía, que exime al hombre y a la mujer de sus deberes a la nación, se establece una riesgosa relación entre la persona o el ciudadano y sus deberes y obligaciones en el mundo.

La idea de la “aldea global” ha cobrado mayor relevancia estos primeros años del nuevo milenio gracias, quizás de forma descomunal, a la tecnología. La habilidad de conectarnos con personas del otro lado del mundo en tiempo real ha derribado fronteras y muros ideológicos que antes hacían que las distancias significaran un trecho tortuoso que permitía la existencia y propagación de un sinfín de estereotipos.

Sólo aquel que se permitía viajar allende sus fronteras podía ver la humanidad y semejanza de aquellos que vivían en “otra realidad”. El internet hizo que todos las personas que tuvieran acceso a la tecnología del día pudieran navegar las mismas aguas y estar “en línea” de manera literal al estar en una red de comunicación masiva, y de forma figurada al estar viviendo procesos sociales que a su vez han afectado de manera casi idéntica a los de aquí y a los de allá. Esta situación de conectividad sin precedentes ha hecho que las experiencias sean compartidas. Lo que antes se vivía y sentía en una aldea, ahora lo vive todo el mundo. Por lo consiguiente, se explica el uso cada día mas recurrente que usé al principio, “ciudadano mundial”.

Tratando de ser justo al usuario del término, es cierto, hoy hay mayor concienciación de temas que nos afectan a todos, y debe haber un llamado a la acción colectiva. Tal vez el más popular de los temas es el que lleva en su propio nombre la designación extraterritorial, el tan polémico “calentamiento global”. Otro es la desigualdad mundial, mientras que no muy atrás está la pobreza en el mundo, y no se puede olvidar uno del terrorismo desatado por la muy joven amenaza del extremismo islámico al Occidente, sin dejar pasar los genocidios, las purgas étnicas y raciales y los crímenes de lesa humanidad. Sin duda alguna, todas las campañas que hacen que las personas se eduquen sobre estos temas y se motiven los unos a los otros tienen como autora intelectual e institucional a la Organización de las Naciones Unidas. Esta institución supranacional ha sido el primer intento en la historia de la humanidad de establecer gobernanza más allá de un territorio y su constitución política.

Desde el Tratado de Westfalia, a mediados del siglo XVII, el estado-nación ha sido la forma más efectiva de llevar a cabo el trabajo de poner orden a una sociedad y darle dirección a los destinos del pueblo. Con ello se estableció el llamado proyecto de nación, que debía ser respaldado por el apoyo en palabra y en obra de aquellos connacionales que constituían la población dentro de los límites de la nación. Podría uno ser escéptico sobre la funcionabilidad del estado-nación después de casi 400 años de ensayos y estados fallidos sobrados. Pero, veamos las alternativas, por un lado están los extintos feudos, por otro están los experimentos anarquistas que quedaron en la utopía del sueño, y por último están las llamadas confederaciones supra-nacionales, desde la ONU (que ejerce un poder relativamente suave), hasta la OTAN (en donde un poder nacional toma las decisiones reales), y finalmente la Unión Europea (que parece tener más problemas que soluciones últimamente dada la disparidad económica de sus miembros).

Es preocupante que se tome la bandera de la globalización sin darnos cuenta lo que estamos dejando a un lado. Nuestro deber, por lo menos hoy en día, sigue siendo hacia esa entidad que nos da nuestros derechos y deberes ciudadanos, nuestro estado-nación, o país. Si bien es cierto que los derechos humanos son universales y el derecho internacional tiene vigencia, el garante de nuestros derechos es el gobierno del país en el que nacimos. Por eso, hay que tomar con cuidado esta bandera generalizadora, de “ciudadano mundial”. Lo somos, y debemos estar conscientes que este mundo cada vez es más pequeño. Inclusive, debemos utilizar esta consigna para deshacer estereotipos y construir puentes entre pueblos que no se hablan, tratar de hacer el bien a personas en carencia, sufrimiento e injusticia. Sin embargo, no debemos cambiar nuestra mexicanidad, colombianidad, o argentinidad por la llamada “ciudadanía mundial”, porque es entonces cuando las responsabilidades cívicas se olvidan y estos términos tan grandes, como por ejemplo la crisis de malnutrición, nos hacen suscriptores de temas de moda que pocas veces llevan a la acción real que puede hacer una diferencia en nuestro mundo.

-Federico Manzur Yunes es un inmigrante, milenio y sociólogo. Ha laborado en varias organizaciones lucrativas y sin fines de lucro, siempre construyendo puentes entre personas de diferentes ideologías, pero con un mismo corazón.