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Los hábitos que se adquieren desde pequeños generalmente perduran en la vida y una buena alimentación en los primeros años es esencial para prevenir la obesidad infantil.

Raquel Solís Peña, médica con maestría en Salud Pública con enfoque en Nutrición y Terapia Nutricional Naturopática, comparte que en los primeros 6 meses, la alimentación, ya sea por seno materno o leche de fórmula, o combinada, debe calcularse de acuerdo al peso y edad del bebé. Una onza o 30 mililitros de leche equivalen a 20 calorías.

La recomendación para que pueda crecer adecuadamente son entre cinco y seis tomas al día: desayuno, colación, comida, colación, cena, y hay quienes agregan una más.

“A los 6 meses, generalmente el pequeño pesa 8 kilos, dependiendo de la genética, y va a requerir entre 640 y 680 calorías, que equivalen a las aproximadamente seis tomas diarias, pero en las curvas de crecimiento debe mantenerse entre el percentil 10 y 85 si está en su peso normal; arriba de 85 se considera sobrepeso y más de 95, obesidad”, explica.

A partir de los 6 meses, la alimentación con leche materna o fórmula no será suficiente para alcanzar los requerimientos nutritivos y es momento de darle papillas. Se recomienda sustituir una de las cinco o seis tomas diarias, de preferencia en la comida.

Luego, cuando el niño pueda masticar y no batalle para deglutir o comer solo, se deben incluir más alimentos sólidos y menos tomas de leche, menciona Solís Peña.

“Al cumplir 1 año puede tomar leche de vaca”, asegura. “Se recomienda que no sea antes de los 12 meses por la gran cantidad de proteína que contiene, y que el niño aún no puede metabolizar adecuadamente, y como la leche animal tiene grasa, se satisface fácilmente y no come otros alimentos, lo que provoca deficiencia de hierro, detalla.

“Después de los 6 meses, el almacén de hierro que trae desde el nacimiento empieza a disminuir, y si no se incluye carne, sólo frutas y verduras, no se alcanzan los niveles recomendados de este mineral”.

Disminuye riesgos

Desde los primeros meses, el bebé puede ser propenso a la obesidad, sobre todo si la mamá insiste en que tome más leche de fórmula, aun cuando ya no quiere, sin saber que nace con un buen control de la saciedad.

También, si cuando ya consume alimentos sólidos lo “castiga” con no dejarlo ir a jugar, hasta que no se termine toda la comida que le ha servido en el plato.

“Los primeros 2 años son súper importantes para disminuir el riesgo de obesidad”, advierte Raquel Solís Peña, médica con maestría en Salud Pública.

“La teoría de Barker sostiene que, en ocasiones, cuando la mamá tiene una mala nutrición en el embarazo, el bebé se programa para esas condiciones adversas desde el vientre materno, porque no está recibiendo todos los alimentos y almacena más grasa.

“Entonces empieza a tener problemas de adiposidad central (a nivel de la cintura), y ésta predispone al síndrome metabólico, resistencia a la insulina y sobrepeso, y en caso de que la mamá sea resistente a la insulina o tenga sobrepeso u obesidad, el niño tendrá mayor probabilidad de nacer con 4 kilos o más y con predisposición a la obesidad”, explica la especialista.

El organismo del niño sabe muy bien cuáles son sus requerimientos, pero además de la alimentación, es importante la actividad física a medida que va creciendo, refiere Solís Peña.

“Todo lo que se va a almacenar de grasa dependerá de ese balance de energía, que es inadecuado si come más de lo que está gastando, y es cuando empiezan los problemas”.

El niño debe jugar vigorosamente por lo menos una hora al día, y reducirle a dos horas su exposición a la pantalla, ya sea de televisión o cualquiera de los gadgets, como las tabletas.

Alimentación balanceada

A partir de que se sustituyen las papillas por comida, hay que evitar los alimentos que se le puedan atorar, como uvas, salchichas y cacahuates.

Desde los 3 años, lo ideal es que el menor se integre a la mesa familiar para que coma lo necesario, porque si lo hace solo o no tiene horario de comida, puede ingerirla muy rápido, o comer muy poco, y más tarde va a tener hambre y quizá se llene con productos chatarra.

“Los papás deben estar pendientes de lo que comen los chicos”, añade Raquel Solís Peña.

Se recomienda una alimentación balanceada que incluya más pescado, cereales complejos, carne, leche, huevo y yogur.

La mantequilla no es mala en cantidades moderadas y no se debe abusar de la sal, para que el paladar no se acostumbre a una gran cantidad de sodio.

La especialista dice que si desde la niñez se vuelve hábito comer muy salado, con el tiempo pueden presentarse enfermedades crónico-degenerativas e incluso obesidad, por la retención de líquidos.

“El azúcar crea una tolerancia y dependencia en el paladar, por eso lo mejor es no darles jugos de frutas, sobre todo si no son naturales; el azúcar bueno proviene de las frutas enteras”, explica Solís Peña.

_Por María Silva