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Ojalá la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood tenga a su buen juicio otorgar al actor

Demián Bichir

el

Oscar

como mejor actor, en la octogésima cuarta entrega de la estatuilla dorada en Los Ángeles, por su papel como protagonista de la película: “Una vida mejor” (A Better Life).

Bichir

ya fue nominado en la misma categoría en los premios del Sindicato de Actores (SAG) y en los Independent Spirit Awards, sin que se cristalizaran los galardones para el artista mexicano.

“Una vida mejor” presenta la historia del

jardinero indocumentado

Carlos Galindo, quien resulta deportado de Estados Unidos, después de vivir en el país durante más de 15 años.

La estancia de Galindo en la Unión Americana se trunca al intentar arriesgarse a alcanzar una pequeña porción del sueño americano.

El hombre refleja la

historia de los millones de trabajadores

que no cuentan con un estatus migratorio y experimentan la amarga realidad de estar en desventaja frente a los obstáculos que les presenta el sistema.

La trama tiene a Galindo, como un padre cabeza de familia, a quien su esposa lo abandonó y cría a un adolescente, Luis, quien es asediado por la presión de su entorno de convertirse en pandillero.

Hay escenas que muestran el choque cultural del muchacho, que no entiende las raíces de su padre, su oficio, e incluso el idioma español.

Comprar la “troca” de su patrón, para mejorar la vida de su hijo, se transforma en una tragedia para Galindo, quien sueña con su negocio propio y especialmente una mejor escuela y un ambiente más sano para su primogénito de 14 años.

Tras recobrar, después de muchas peripecias, el vehículo que le había sido robado, Galindo es detenido por la policía angelina por no contar con una licencia para conducir.

Como centenares de miles, el jardinero resulta afectado por el criterio de los programas de deportaciones 287(g) y Comunidades Seguras.

Desafortunadamente, la actual administración del presidente Barack Obama, clasificó desde 2009 las infracciones de tráfico como actos criminales, por lo que a trabajadores honestos, que se pasaron un señal de alto o tenían la calcomanía expirada, los han sacado del país como criminales.

A Galindo lo internan en la cárcel con los asesinos, ladrones, violadores, pandilleros y delincuentes violentos. No obstante, su uniforme anaranjado presenta en letras grandes las siglas del Buró de Vigilancia de Inmigración y Aduanas (ICE).

Al irse del país, el jardinero y su hijo dialogan brevemente en el centro de detención. El padre aparece, como ocurre diariamente con los indocumentados a punto de salida, con las cadenas y las esposas metálicas en las cuatro extremidades.

Él llora avergonzado de que su hijo lo vea en esa situación.

El ocaso del largometraje tiene una fuerza brutal, se trata del jardinero intentando cruzar la frontera por el desierto. Sus palabras suenan como pedradas al acercarse al borde: “Vamos a casa”.

Y es que para millones de los deportados, este país, donde se han quebrado el lomo trabajando, es su hogar y el de sus hijos.

Es el de los centenares de inmigrantes que fueron deportados, pese a que la Corte Suprema de Justicia había emitido el concepto de que no deberían salir del país.

Los diarios Los Angeles Times y The Wall Street Journal han reportado sobre la denuncia de la Clínica de Derechos de los Inmigrantes (IRC) de la Universidad de Nueva York (NYU), acerca de la situación de inmigrantes que ganaron en las cortes la apelación de sus casos, pero no podrán retornar a Estados Unidos.

Este también es el país de los veteranos nacidos fuera, que después de arriesgar sus vidas en las guerras bajo la bandera de las barras y las estrellas, han sido expulsados de territorio estadounidense.

Sospecho que también lo sea de “José”, el ex novio de Paul Babeu, alguacil del Condado de Pinal, ex puntal de la campaña del candidato antiinmigrante Mitt Romney en Arizona.

*Rafael Prieto Zartha es el director editorial del semanario Qué Pasa-Mi Gente, en Charlotte, Carolina del Norte