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El papa Benedicto XVI aparece junto a las rliquias del papa Celestino V, el único. OSSERVATORE ROMANO
OSSERVATORE ROMANO / AFP/Getty Images
El papa Benedicto XVI aparece junto a las rliquias del papa Celestino V, el único. OSSERVATORE ROMANO
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ROMA –

La decisión de Benedicto XVI de renunciar a su cargo es un acontecimiento casi inédito en la historia de la Iglesia, ya que el único precedente conocido se remonta a hace más de siete siglos, cuando el papa Celestino V abandonó voluntariamente el trono de San Pedro.

Además de éste, otros papas se retiraron en circunstancias históricas particulares, más o menos conocidas, pero en ninguno de esos casos se trató de una renuncia propiamente dicha.

San Celestino V renunció a su función el mismo año de su elección, en 1294. El religioso había sido ermitaño hasta su nombramiento como sumo pontífice, y no se sentía preparado para asumir este papel de liderazgo en la Iglesia.

Nacido en 1215 en una familia modesta, Pietro del Morrone vivía como monje benedictino en las montañas de los Abruzos cuando los doce cardenales del cónclave de Perugia vinieron a anunciarle su elección en julio de 1294. La elección de un desconocido debía poner fin a la guerra entre Güelfos y Gibelinos por la sucesión de Nicolás IV, fallecido dos años antes.

Pietro del Morrone toma el nombre de Celestino V y traslada la corte a Nápoles. Pero el nuevo Papa no tarda en exponer las razones que le impiden asumir su función: su humildad y su salud. Por ello, abdica el 13 de diciembre de 1294, en acuerdo con los cardenales.

El 24 de diciembre, el cardenal Benedicto Gaetani es designado para sucederlo, con el nombre de Bonifacio VIII. El nuevo pontífice mantiene por la fuerza a Celestino a su lado. El monje intenta escaparse para unirse a su orden, que adoptará el nombre de “Celestinos”, pero los guardias del Papa le dan caza. Celestino V fallece en 1296 y es enterrado en la iglesia de su orden en L’Aquila.

La eventualidad de la renuncia había sido prevista por varios pontífices a lo largo del siglo XX, y en último lugar por Juan Pablo II, que la contempló explícitamente en la Constitución apostólica Universi dominici gregis, publicada en febrero de 1996. A pesar de una larga agonía, no recurrió a ella.

Años más tarde, Joseph Ratzinger afirmó en un libro de entrevistas, Luces del mundo, que un Papa “tiene el derecho y, según las circunstancias, el deber de retirarse” si siente que menguan sus fuerzas “físicas, psicológicas y espirituales”.