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CHIHUAHUA, MÉXICO_

Si alguien llegara a preguntar qué tienen en común una travesía a bordo de El Chepe y un autor de novelas de aventura y del Oeste como Louis L’Amour, la respuesta podría ser que la primera resulta ideal para leer algunas de las obras del autor originario de Dakota del Norte.

Y es que los 653 kilómetros que recorre este tren entre Chihuahua y Sinaloa, provocan que cobre sentido esta frase de L’Amour:

“Lo importante no es el fin del camino, sino el camino. Quien viaja demasiado aprisa se pierde la esencia del viaje”.

Durante 55 años desde su primer silbido, el Ferrocarril Chihuahua-Pacífico (o El Chepe) ha transitado de ida y vuelta por una ruta que pasa por 37 puentes, 86 túneles y un sinfín de escenarios naturales.

La idea de abordar este tren de pasajeros en México causa frenesí, es cierto.

Sin embargo, las casi 14 horas de trayecto sosiegan hasta al viajero más acelerado recordándole con el escenario de la Sierra Tarahumara que lo importante es el camino.

Directo a las barrancas

Nuestro itinerario parte de la capital de Chihuahua. Todavía a oscuras, en la estación se escucha el barullo de pasajeros locales y turistas. Más de uno desea fotografiar al emblemático tren que se puso sobre las vías en 1961.

Antes de las seis de la mañana hay que tomar el lugar asignado en alguno de los vagones en servicio con los que cuenta Primera Express. Pronto, un sonriente portero atiende las peticiones de los 64 pasajeros que transporta cada coche.

Mientras el sol avisa que el día ya arrancó, al igual que el tren, el pasajero va olvidando el arrullo que provocan las vías para concentrarse en el paisaje que regalan los campos de manzanos de la zona menonita de Cuauhtémoc; para seguir a San Juanito, donde el frío se intensifica por ser la parte más alta del Estado.

El reloj marca las ocho de la mañana. Huevo con machaca, papas con chorizo y tortillas de harina ya están servidos en la mesa del vagón comedor.

Los kilómetros corren. El Chepe invita a los viajeros a deambular por los vagones y a disfrutar de los paisajes que se cuelan por las ventanas.

De pronto viene a la mente la idea de que L’Amour tuvo que haber realizado un viaje así para construir su famosa frase.

Pronto se pasa por el Pueblo Mágico de Creel y otros destinos hasta llegar a Divisadero. Desde el mirador de este último se contempla la belleza de las Barrancas del Cobre.

Han pasado siete horas. El tren debe seguir su marcha hasta terminar en Los Mochis, pero la grandeza de las Barrancas convence a dejar por unos días El Chepe para disfrutar de Divisadero y su cultura rarámuri.