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Este fin de semana se lanza de manera limitada en Los Angeles y Nueva York una cinta cuyo título puede sonar muy familiar, pero que corresponde a una adaptación particularmente llamativa de ese cuento infantil que fuera llevado por primera vez a la literatura por los Hermanos Grimm.

En primer lugar, ésta no es una versión para niños, lo que la asemejaría quizás a “Snow White and the Hunstman”, hecha por Hollywood el año pasado; por otro lado, se trata de una producción muda y en blanco y negro, lo que la acercaría peligrosamente a “The Artist”. Pero el asunto no es realmente tan fácil.

Y es que “Blancanieves” es un trabajo que, además de haber sido planeado hace muchos años, posee una impronta mucho más ‘dark’ y gótica que cualquiera de los títulos arriba citados, además de un nivel de calidad que, si bien fue vilmente ignorado por los Oscar, resultó inmensamente celebrado por sus equivalentes españoles, los Goya.

Tuvimos la oportunidad de conversar telefónicamente con Pablo Berger, su director y guionista, quien nos dio jugosos detalles de lo que significó crear una obra tan digna de ser vista y disfrutada.

Tu cinta llega con muy buenos antecedentes, porque lo que ha logrado ya es increíble, sobre todo por la abundancia de Goyas que se ha llevado.

Sí; no me puedes ver a través del teléfono, pero estoy con una sonrisa permanente. Parezco el Joker; no se me va [risas]. Me ha ido bien desde que se estrenó la película en el Festival de Toronto del año pasado; en San Sebastián tuvimos el Premio Especial del Jurado, hace poco pasó lo de los Goya y ahora se está estrenando por todo el mundo. El sueño de todo director es llegar a la mayor cantidad posible de público, y no hay nada que me alegre más que ver una sala llena.

Es probable que pocos por aquí [Estados Unidos] sepan que planeaste tu película antes de “The Artist”, y que eso le quite de manera inmerecida algún interés a la película.

Y es ahí donde necesitamos de vuestro apoyo. En España sólo ha sido una anécdota, pero pueden haber otros espectadores que piensen que quise colgarme del éxito de “The Artist”. La verdad es que ya tenía el guión de “Blancanieves” en el 2005, y en la primera página decía que se iba a hacer en blanco y negro y muda. Nadie quería hacer una película así, que era además de gran presupuesto y necesitaba de grandes estrellas, porque no pretendía limitarme a las ‘art houses’, sino mostrarla también en los multicines. Me querían encerrar en un manicomio para cineastas locos [risas], y fue por eso que me tardé tantos años hacerla. Creo que “Blancanieves” y “The Artist” son muy, muy diferentes, pero estoy consciente de que, por el resto de su vida, “Blancanieves” va a ser la hermana menor de “The Artist”.

Pese ser francesa, “The Artist” era un tributo al cine mudo estadounidense, mientras que “Blancanieves” lo es al francés y, además, resulta una cinta mucho más siniestra.

Me gusta mucho “The Artist”; me parece una golosina para los sentidos. Pero “The Artist” es más nostálgica, mientras que “Blancanieves” es más trasgresora; una es luminosa, la otra es oscura.

¿Y crees que eso afectó sus posibilidades en el Oscar? Porque no terminó nominada ni como Mejor Película Extranjera….

Las razones por las que una película termina siendo nominada a un Oscar son variadas y a veces desconocidas. Está claro que una película como “The Artist”, con el apoyo de los hermanos Weinstein y su homenaje a Hollywood, tenía más papeletas para interesar a los académicos; pero como la nuestra fue la película española seleccionada para los Oscar, yo estuve en Los Angeles para hacer proyecciones y vi que tuvo una buenísima reacción por parte de esos mismos votantes. No tengo ningún tipo de rencor, sino todo lo contrario; volveremos a tocar la puerta del Tío Oscar con otra película. He quedado muy satisfecho con el reconocimiento de los Goya, que son los Oscar de España y corresponden a mi industria y a mi público.

En todo caso, ¿cuál fue tu intención al hacerla muda y en blanco y negro? ¿Esto del tributo solamente?

Antes que director, soy espectador; te aseguro que me gusta mucho más ver películas que hacerlas, porque esto último es algo que requiere un gran esfuerzo. No hay experiencia más maravillosa que meterse a una sala oscura y olvidarse por dos horas de uno mismo. Amo el cine mudo; es la época del cine que más me gusta, en concreto, la de los años ’20, y especialmente el europeo. Cuando tenía 18 años, vi en el Festival de San Sebastián la película “Avaricia”, de [Erich von] Stroheim, con una orquesta en vivo, y a partir de ese día me hice adicto al cine mudo. El cine mudo exige al espectador mayor participación; es más abstracto, más artístico, se acerca más a la ópera y al ballet que el cine sonoro. Hace que le espectador sueñe despierto. Mi interés iba por ahí, no por el lado del homenaje, que también lo tiene, claro; pero no creo que tengamos que hacer películas sobre películas. Lo que estaba buscando era una experiencia sensorial y emocional.

Tú estudiaste cine en Nueva York, y aunque “Torremolinos 73” parecía ser muy simple en términos visuales, ésta en una verdadera maravilla en la misma área, ya que no sólo tiene indudables guiños a cineastas clásicos, sino también detalles muy modernos. ¿Esto se debió a algún tipo de evolución artística tuya?

Curiosamente, cada vez que hago una película, ésta implica un viaje en el tiempo. Mi primer corto, “Mama”, se desarrollaba en el futuro; mi primer largo en los ’70; y éste en los 20. En cada una de las películas, la forma ha ido acorde con la historia que quería contar. En “Torremolinos 73”, por ejemplo, buscaba un estilo sobrio y con composiciones muy racionalistas, pero en el caso de “Blancanieves”, me empapé del cine mudo europeo de vanguardia, como el de Abel Gance, [Carl Theodor] Dreyer y [F.W.] Murnau. Curiosamente, estos directores inventaron todo, desde la cámara en mano, los travellings, las grúas, los primeros planos, el montaje rápido; así que aunque parezca que mi película utiliza a veces un lenguaje moderno, resulta que ya se había hecho todo.

Pero es verdad que mi película no es una copia de una película de los años ’20; lo que más ha cambiado es el espectador, que ahora tiene una forma de entender lo visual mucho más desarrollada que hace 100 años. Por ese lado, nuestra película tiene un ritmo muy acelerado comparado con el ritmo del pasado.

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