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“Somos Soundgarden y estamos de regreso”, gritó con entusiasmo el cantante, casi al inicio de su presentación. Es probable que estuviera consciente de las implicaciones de esta declaración y del efecto que iba a provocar en la audiencia, porque la reunión de esta banda (que se separó en 1997) ha provocado un nivel de frenesí que prueba sin reparos su papel histórico.

Aunque el conjunto nunca alcanzó en su momento el nivel de fama que sí tienen artistas mucho más comerciales e, incluso, el que obtuvieron otros representantes de la misma escena, como Nirvana y Pearl Jam, ha sido considerado desde hace varios años como uno de los grupos más importantes del ‘grunge’, una posición que explica la asistencia de los miles y miles de fanáticos que llenaron el Forum la noche del viernes pasado, así como la presencia en las afueras del recinto de unos paparazzis que se encontraban a la caza de celebridades.

Lo más interesante del asunto es que

Soundgarden

ha sido siempre uno de los exponentes más feroces del género, y que el show que aquí reseñamos fue uno de los más intensos y pesados que hemos presenciado en mucho tiempo. Si los informes sobre las primeras presentaciones del 2010 no habían sido necesariamente positivos, el cuarteto borró por completo los malos augurios con un espectáculo absolutamente impresionante, compuesto por

dos horas del rock and roll más enérgico y más contundente que se haya escuchado en estos predios.

Una vez que los músicos se colocaron en el escenario y arremetieron con “Searching With My Good Eye Closed” -el primer corte de la velada-, se generó entre los asistentes la curiosa sensación de que el tiempo no había transcurrido, de que estábamos todavía a principios de los 90. Y no sólo porque

Chris Cornell

llevaba la enorme melena del pasado -que eliminó por completo en años posteriores-, sino porque el nivel de interpretación fue francamente impecable.

Lo recién señalado es particularmente importante en el caso de Cornell, que no mostró nunca este nivel de excelencia ni de poderío cuando formaba parte de Audioslave, el súper grupo que lo tuvo al lado de las tres cuartas partes de Rage Against the Machine. Audioslave grabó tres álbumes y produjo un puñado de buenas canciones, pero encontró aparentemente al cantante en un punto especialmente conflictivo de su vida, sin demasiadas ganas de retomar sus raíces más duras y con una marcada propensión al manejo de unas melodías complacientes que no le resultaron siempre efectivas.

En cambio, el Soundgarden del viernes vio a Cornell metido en lo que mejor sabe hacer, ostentando además un nivel vocal que nadie realmente esperaba, no sólo porque no lo reprodujo durante su estancia con Audioslave -ni en su menos considerada etapa solista-, sino porque el hombre tiene ya 47 años de edad. Literalmente poseído por un espíritu rockero que le permitió alcanzar los agudos más desgarradores de su carrera, Cornell le puso la carne de gallina a más de uno mientras emulaba a la perfección a su idolatrado Robert Plant.

Todo esto hace suponer que su “bajón” artístico no respondía a motivos de salud o de edad, sino más bien de ánimo (aunque se habló de un abuso de la bebida). Y el ánimo en el Forum se encontró en su punto más alto, porque dudamos seriamente que alguno de los mortales presentes haya salido de la faena con una pizca de insatisfacción.

Evidentemente, el maratónico repertorio de 25 canciones le dio espacio a clásicos como “Spoonman”, “Jesus Christ Pose”, “Rusty Cage” y “Black Hole Sun”, contenidos en las grabaciones más recientes y más populares de Soundgarden; pero sirvió también para realizar un exhaustivo recorrido por los rincones más recónditos de su discografía, incluyendo la presentación de temas tan rabiosos, tan notables y tan antiguos como “Gun”, “Big Dumb Sex” y “Ugly Truth”, en los que se mostró la poderosa combinación de rock pesado y hardcore que el grupo logró en sus primeros lanzamientos, a fines de los 80.

En esos momentos, la banda impactó seriamente la capacidad auditiva de los espectadores; pero nadie parecía quejarse por el daño ocasionado, porque eso es justamente lo que se espera en un concierto de este tipo. Tampoco se trata de que Soundgarden haya presentado un bloque monolítico de agresividad sonora; de hecho, casi desde el inicio de su trayectoria, el grupo incorporó a su estilo fuertes pinceladas de psicodelia y aproximaciones a un rock más digerible que fueron acentuándose con el paso del tiempo, como lo probó la interpretación de cortes de la talla de “Spoonman”, “Burden In My Hand” y, por supuesto, “Black Hole Sun”, que inspiró notablemente a los practicantes posteriores del llamado ‘stoner rock’.

No se produjo el anhelado reencuentro con Eddie Veder para la entonación de “Hunger Strike”, pero sí una invitación al guitarrista

Mike McCready

(también de Pearl Jam) para colaborar con una serie de impresionantes solos durante la interpretación del vitamínico tema “Superunknown”.

Soundgarden salió a escena con su alineación más clásica, es decir, Cornell en la voz y en la guitarra rítmica;

Matt Cameron

en la batería;

Ben Sheperd

en el bajo y

Kim Thayil

en la guitarra líder. Técnicamente hablando, en el plano instrumental, Thayil podría ser considerado el músico menos virtuoso de la banda, pero además de ser el único miembro original que subsiste en Soundgarden, es el más férreo defensor de la escuela pesada que tanto bien le hace al grupo.

En el otro lado del espectro, Cameron -ahora miembro permanente de Pearl Jam- es, simple y llanamente, uno de los mejores bateristas que existen en el mundo del rock. Se encuentra guiado por un estilo de tintes jazzísticos y asincopados que no intenta acaparar espacios, pero que, cuando lo hace, deja a cualquiera boquiabierto debido a su potencia y a su precisión.

Demostrando un encomiable aprecio a su legado, la banda culminó el show con una serie de patadas auditivas que se inició con “Beyond the Wheel” (una pieza tremendamente exigente en el plano vocal, que le permitió a Cornell ofrecer una performance sinceramente grandiosa) y terminó con la emblemática “Slaves and Bulldozers”.

Después de eso, el cantante dejó el estrado, completamente satisfecho, dejando que sus compañeros se enfrascaran libremente en una sesión de ruido y de distorsión que fue el digno corolario de uno de los mejores conciertos del año. En serio.