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Por Thibauld Malterre y Damien Simonart

KIEV –

El socorrista se apresura a hacer un masaje cardíaco a un joven cuyo rostro muestra que ya está muerto. Una más de las decenas de personas que perdieron la vida este jueves en los feroces enfrentamientos entre manifestantes y policía en Ucrania.

Detrás, un sacerdote con sotana negra, sobre la que brilla una cruz adornada con piedras, sostiene una perfusión para una víctima que está sangrando. Un enfermero le corta la ropa con un cuchillo alrededor de la herida.

El Hotel Ucrania, que ahora tiene una bandera con una cruz roja, es un gigantesco edificio de estilo arquitectónico estaliniano que domina Maidan, la Plaza de la Independencia de Kiev, ocupada desde hace casi tres meses por miles de opositores al presidente Viktor Yanukovich, se ha transformado en un hospital improvisado.

Los opositores, con cascos y armados con porras, escalaron sus propias barricadas antes de lanzarse al asalto contra los policías, que retrocedieron abriendo fuego con salvas prolongadas.

El resultado fue mortífero. Al menos 67 manifestantes murieron el jueves en la capital, según fuentes médicas de la oposición, aunque las autoridades dicen que ha sido a lo largo de la semana.

La mayoría, han sido “alcanzados en la cabeza o en el corazón por balas reales, no por municiones de caucho”, explica Natalia, una socorrista, señalando un chaleco antibalas ensangrentado, abandonado en el suelo, que lleva la marca de un impacto de bala que lo atravesó.

Frente a la recepción, siete cadáveres yacen en el suelo, unos junto a los otros, bajo una delgada sábana blanca que hace las veces de mortaja pero que no llega a cubrir los cráneos ni los zapatos.

Charcos de sangre manchan el piso apenas unas horas después de que el presidente Yanukovich proclamara una “tregua” después de los anteriores actos de violencia, que habían dejado 25 muertos el martes.

“Todo comenzó hacia las 8 am (hora local), cuando los Berkut quisieron incendiar el Conservatorio de Música”, dice Andrii, un miembro del servicio de orden de Maidan.

Los Berkut, las fuerzas especiales antimotines, con uniforme y una insignia particular, son odiados y temidos por los manifestantes. El conservatorio alberga a decenas de manifestantes, que comen y descansan allí.

“Hicimos una salida para rechazarlos y ellos abrieron fuego contra nosotros, dispararon con Kalashnikov y fusiles de francotiradores”, afirmó.

Los policías retrocedieron varios cientos de metros, abandonando el terreno que habían recuperado durante un asalto la noche del martes.

El ministerio del Interior afirmó que un tirador emboscado había tomado a los policías como blanco y que 20 de ellos habían sido heridos. Los manifestantes “secuestraron” a al menos 67 policías, según el ministerio del Interior. Se ignora su suerte.

Junto a Andrii, un hombre de unos 50 años muestra su escudo metálico, atravesado totalmente por una bala del lado derecho. Sonríe al comprender que escapó por muy poco.

En Maidan, la cólera inicial se transformó en furia y determinación, movilizando aún más las energías. Los hombres forman una cadena humana para transportar las piezas de una barricada que construyen en el flanco de la colina.

En el podio sonoro instalado en el centro de la plaza, un hombre lanza un llamado a los habitantes para que lleven medicamentos y productos de primera necesidad.

El servicio de orden, que agrupa a buena parte de los miles de manifestantes de Maidan, dispone de un equipo heteróclito, pero impresionante: bates, barras de hierro, porras de madera, martillos.

Los militantes, distribuidos en pequeños grupos de estructura paramilitar, dieron el asalto contra los policías como comandos, dando saltos, protegidos por escudos metálicos.

Se trata de un hábito de la violencia surgida en parte por la presencia de jóvenes activistas vinculados a los movimientos radicales, a veces afiliados a la extrema derecha nacionalista o a partidarios ultras de fútbol, pero alimentada también por los enfrentamientos regulares con la policía, como sucedió en enero o el martes pasado.

Pero los manifestantes también cuentan con personas surgidas de todos los medios y de todas las edades, como esas personas mayores que ayudan a limpiar las calles o las jovencitas que distribuyen cientos de cócteles molotov a los guardias que vigilan las barricadas.