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El canditato presidencial republicano Donald Trump realiza una mesa redonda con dirigentes del partido en sus oficinas en la Torre Trump de Nueva York, el jueves 25 de agosto de 2016. (AP Foto/Gerald Herbert)
Gerald Herbert / AP
El canditato presidencial republicano Donald Trump realiza una mesa redonda con dirigentes del partido en sus oficinas en la Torre Trump de Nueva York, el jueves 25 de agosto de 2016. (AP Foto/Gerald Herbert)
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WASHINGTON (AP) – Para los psicoanalistas aficionados, Donald Trump es un loco peligroso, desquiciado y narcisista, mientras en medio de toda esta psicocháchara hay un grupo de gente que mantiene silencio: los propios profesionales, pues por ley se supone que no deben hablar.

La ética profesional ordena que psiquiatras y psicólogos se abstengan de analizar o diagnosticar a una persona a la que no han examinado, pero se ha producido un coro de disenso contra esta antigua norma mordaza debido a lo que algunos de ellos creen ver y escuchar en Trump. Puesto que estos profesionales tienden a ser políticamente liberales, de aquí resulta un acto de malabarismo entre el decoro, la política y la ética.

La psicología amateur ha irrumpido en las redes sociales y las columnas de opinión, en particular desde que Trump exhortó a los partidarios del derecho a portar armas a que detuvieran a su rival demócrata Hillary Clinton. El presidente Barack Obama dijo que el candidato republicano era “incapaz” de ejercer la presidencia y una legisladora demócrata inició un petitorio para obligar a Trump a someterse a un examen de salud mental.

Los miembros de la Asociación Psiquiátrica Estadounidense (APA, por sus siglas en inglés) están sujetos a una norma ética de 1973 que lleva el nombre de Barry Goldwater, el candidato presidencial republicano en 1964, sobre el cual circularon falsas versiones en torno a su salud mental. Algunos psiquiatras han recibido reprimendas por violación de la norma, que incluso puede ser causal de expulsión.

Sin embargo, ahora algunos se quejan de la restricción y dicen que se sienten obligados a hablar acerca de sus preocupaciones en torno a Trump. Otros consideran que semejantes análisis son peligrosos y llevan a conclusiones falsas. The Associated Press habló con 11 psiquiatras y psicólogos, quienes expresaron diversas opiniones sobre si es correcto hablar de la salud mental de los candidatos.

El análisis y el diagnóstico sin conocer al paciente ni su historia clínica “tienen tantas probabilidades de estar equivocados, tantas probabilidades de ser perjudiciales para esa persona y tantas probabilidades de desalentar a las personas a buscar tratamiento psiquiátrico que los psiquiatras no deben caer en esa conducta”, dijo el doctor Paul Appelbaum de la Universidad de Columbia, ex presidente de la APA.

Últimamente la asociación publicó en su sitio web una advertencia a los profesionales para que mantengan el pico cerrado: “La atmósfera singular del ciclo electoral de este año podía despertar en algunos el deseo de psicoanalizar a los candidatos, pero hacerlo no solo sería contrario a la ética sino también irresponsable”.

Sin embargo, algunos especialistas sí hablan públicamente sobre Trump, en un acto de equilibrio entre el diagnóstico y la mera descripción de lo que ven en sus presentaciones y pronunciamientos públicos. Uno de ellos es el doctor Jerome Kroll, de la Universidad de Minnesota, coautor de un artículo para una revista académica en la que se pide la derogación de la norma Goldwater.

“Soy un ciudadano”, dijo. “Si tengo algo que decir, tal vez sea una estupidez. Lo que yo diga puede abochornar a la psiquiatría, pero de ninguna manera viola la ética médica”.

“Creo que (Trump) se acerca como pocos a la descripción de un narcisista”, dijo Kroll. “Creo que eso lo descalificaría. Al decir esto, estoy violando la norma Goldwater”.

La campaña de Trump no respondió a los pedidos reiterados de declaraciones al respecto.

El magnate y sus partidarios no se han callado a la hora de denostar a Clinton. “Es una desquiciada”, dijo Trump, “está verdaderamente desquiciada y es desequilibrada, totalmente desequilibrada”. Las encuestas indican que los votantes desconfían de Clinton y desde hace años su matrimonio ha dado tema a los psicoanalistas de sillón, que tratan de desentrañar por qué sigue siendo fiel a un esposo mujeriego. Ninguno de los psicólogos o psiquiatras consultados expresó que Clinton tenga algún problema de salud mental.

Katherine Nordal, directora ejecutiva para la práctica profesional y jefa interina de ética de la Asociación Psicológica Estadounidense, considera que diagnosticar a una persona a la que no se ha examinado constituye “conducta inapropiada” para un profesional.

“Lanzar diagnósticos por aquí y por allá es algo peligroso”, dijo Nordal.

Un petitorio firmado por más de 2.000 terapeutas advierte sobre los peligros de la ideología de Trump. No apuntan a un diagnóstico sino que se limitan a describir lo que dice y hace. Dicen que su retórica normaliza lo anormal: “la tendencia a culpar a otros en nuestras vidas por nuestros miedos e inseguridades personales”.

Los especialistas dicen que el trastorno de personalidad narcisista, que incluye exagerada autoestima, profunda necesidad de ser admirado y falta de empatía hacia otros, es en realidad una conducta, más que una enfermedad diagnosticable como la esquizofrenia.

“Él habla de sí mismo en todo momento”, dijo el profesor de psicología de la universidad Northwestern Dan McAdams, quien escribió un artículo sobre la personalidad de Trump para la revista Atlantic. “Incluso en el funeral de su padre habló de sí mismo. No puede dejar de hablar sobre sí mismo”.

Para algunos profesionales, es necesario pronunciarse para advertir al público sobre el peligro inminente.

“Reconocemos que ciertos patrones de conducta son potencialmente peligrosos y si un profesional de la salud pública se siente obligado a emitir una advertencia, debería poder hacerlo”, dijo la psiquiatra Claire Pouncey, presidenta de la Asociación para la Promoción de la Filosofía y la Psiquiatría y coautora con Kroll del artículo contra la norma Goldwater.

“Creo que él es peligroso y errático, pero no hace falta ser psiquiatra para señalarlo”, dijo y acotó que no estaba diagnosticando el estado de salud mental de Trump, sino simplemente hablando sobre lo que dice y hace.

Goldwater era un candidato ultraconservador y una revista desaparecida posteriormente envió una encuesta a miles de miembros de la APA para pedirles su opinión de él. Más de 1.000 respondieron, algunos con diagnósticos tan intrincados como “paranoide”, “lunático peligroso” y “figura falsa de un hombre masculino”. Goldwater demandó a la revista y ganó.